No llores por ti...
El jefe. Pasarán muchos años y los argentinos no olvidarán (tampoco sus seguidores) la capacidad de Mascherano para poner su espalda a favor de los suyos. La espalda, el cuerpo entero, la mente. De manera eficaz y poderosa, convirtió en nada al ataque más fuerte del mundo; ayudó a desbaratar a los más eficaces jugadores de vanguardia de Alemania y preparó al equipo para una ilusión que alguna vez pareció una quimera, hasta ayer noche. El equipo argentino replicó al fútbol alemán con una dignísima actividad defensiva, que además no se quedó tan sólo en la retaguardia: gracias a la potencia de Garay y Mascherano fueron anulados Müller y Klose, y de ahí en adelante sirvieron sus medios balones peligrosos de los que Higuaín hizo, ay, mal uso y luego uso bueno interrumpido por el árbitro.
La suerte. Me decía un amigo argentino que Alemania no contaba con la capacidad de suerte de la albiceleste, azul fuerte anoche. Era un deseo más que una realidad, naturalmente; pero con lo que no se contaba, hablando de la suerte, era con el lado malo de ésta. La desgracia de Higuaín fue luego la de Palacio; con ese hándicap doble el partido estaba preparado para que se cumpliera aquel adagio que cuenta Albert Camus en El Extranjero: si tocas varias veces a la puerta de la desgracia, ésta te va a tocar en el hombro. Alemania no se rindió nunca, nadie se rindió; hicieron un fútbol que, por otra parte, no dejaba nada al azar, hasta que Götze lo desbarató con un disparo que parecía fabricado en los entrenamientos de Guardiola. El joven alemán se preparó para el disparo como si lo estuviera contemplando el pasado, el pasado de Seeler, por ejemplo; lo contemplaba Müller, que es un heredero de esas perfecciones; el gol consiguiente desvió el resultado hacia Alemania. Pero no fue expresión de la totalidad del juego. Fue, de nuevo, el golpe de calidad que tiene el azar, que beneficia al equipo que mejor dispara. Y Argentina disparó mucho y mal; ahí perdió el partido, no fue tan sólo la (mala) suerte.
Reivindicación. Argentina no debe llorar por ella; debe llorar el resultado, naturalmente, porque no ha ganado el campeonato; pero ha reivindicado la dignidad de su fútbol, eficaz y poderoso atrás, dubitativo a veces, pero voluntarioso delante; de la selección a la que se le adivinaban todos los males al principio del campeonato a esta que ha quedado subcampeona del mundo hay un trecho, marcado por el tremendo esfuerzo, y la calidad, de Mascherano, que termina el Mundial como un héroe, un trabajador honesto del fútbol. Esta reivindicación del fútbol argentino es lo que me lleva a destacar la potencia de este juego que parecía condenado al fracaso.
Messi. Naturalmente, Messi no ha salido con bien de este campeonato; pero el partido de ayer reivindica su figura; participó ampliamente en el juego, arriba y abajo; no me obnubila la pasión si digo que me gustó ver cómo asumía los riesgos de equivocarse interviniendo una y otra vez, dando pases que resumen su calidad y su intención colectiva del juego. Él tampoco debe llorar, como no debe llorar ninguno; pero sí es aceptable que se lamenten las ocasiones perdidas, que en un partido como este podían haber desequilibrado el partido hacia el otro lado. En ese caso, habida cuenta del esfuerzo, Alemania, que ahora ríe, es la que tampoco hubiera tenido que llorar. Esto del fútbol de poder a poder (de no poder a no poder) tuvo ayer su metáfora en Maracaná. Viva Alemania, y Argentina, ¡viva!