El Atlético, otra vez presente
En el Mundial de Sudáfrica no había rastro del Atlético. Eran tiempos de veto y Vicente del Bosque no aceptaba esos colores en su formación. Y sin embargo, el día del desenlace y la celebración, con el trofeo en alto, como dos años antes en Viena, fue la bandera rojiblanca la que se vio entonces. Cortesía del Niño. Llegó este año la gala del Balón de Oro en Zúrich, con los colchoneros ninguneados, pese a sus conquistas, y fue su nombre, desliz de Plácido Domingo, el que se recitó en el momento cumbre. Habilidad o don, igual que con las gafas de Caiga quien caiga, no se sabe por qué ni cómo, el Atlético asoma siempre por sorpresa en las grandes ceremonias. Sobre todo, en aquellas en las que, a priori, lo desprecian.
Volvió a pasar ayer en Belo Horizonte, donde Chile se juega la vida y la historia, y Brasil seguir vivo. Y lo que suena de repente es que se puede aprender mucho del Atlético, que no es un mal espejo donde mirarse. Y los chilenos, acostumbrados como tantos a recibir únicamente propaganda blanca o azulgrana de la zona, quedan desconcertados. Ellos hablan del árbitro, o, los que vencen el miedo, de la necesidad de hacer historia, y de pronto el rival se desmarca hablando del Atlético o algo así, que ya les dirán ustedes qué pinta en este contexto (aunque pudo pintar, de haber elegido Diego Costa otro pasaporte o no renunciar su DT a Filipe, Diego o Miranda). Pero da igual, el Atlético siempre se las apaña. Volvió a colarse en mitad de la cena. Por arte de magia.