Maracaná y el recuerdo de París
Cruzo los dedos ante este partido. Ahora recuerdo que cuando se produjo el sorteo nos preocupaba más Chile que Holanda. La veíamos muy dura, muy a contraestilo para nosotros. Y ahora llega la hora de afrontarles, pero en circunstancias difíciles. Es ganar o volverse. Y todavía está en la retina esa segunda parte terrible, en la que todo se desmoronó. Del Bosque compareció ayer declarando el estado de optimismo, pero no me pareció que su cara acompañara esas palabras. También aprecié el mismo gesto serio en Iniesta y Torres, los designados ayer para comparecer ante la prensa. Gestos de gravedad.
Las derrotas dejan la secuela de las dudas y eso es lo primero a resolver. No digo ya en la alineación, en la que se escucha de todo (y vuelve el viejo mal hábito de defender cada cual a los de su equipo y trasladar culpas a los del rival), sino en el puro juego. No es fácil recuperar la seguridad con el balón, la mente despejada, la confianza en que el compañero va a estar donde se espera, la confianza de que el compañero te va a encontrar donde te coloques. El mérito del grupo sería eso: recuperar la fe en el juego de equipo. Y es posible. Ese juego se vio en la primera parte ante Holanda. Luego todo se esfumó.
Algo he visto bien en esta semana: la calma general. Después de un varapalo así es bastante frecuente que alguien suelte alguna tontería, que algún suplente se reivindique, que alguien deslice culpas hacia otro lado. Nada de eso ha pasado. El ruido y la furia han estado fuera. El grupo ha emitido señales de contrición colectiva, se ha volcado en el análisis y en el trabajo. Lo de hoy es difícil, Chile es un gran equipo y hasta encuentra motivación extra en su reclamo de la patente de ‘La Roja’. Pero este equipo nuestro se clasificó bien para este Mundial, ganando en París cuando hizo falta. De eso me acuerdo hoy: de París.