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Con muchos líos, pero poco ruido

Chile es hermética, casi clandestina. No quiere que se la vea demasiado, ni que se la conozca. Huye obsesivamente del trato con la prensa, con la gente, de las explicaciones. Vive el Mundial como un encierro. Una elección de distancia que choca con la normalidad de otras selecciones, que afrontan la cita prácticamente con las puertas abiertas. A España, por ejemplo, le fue mal cuando se refugió (la medida se volvió una máquina de fabricar enemigos, casi todos imaginarios) y muy bien cuando, aunque alejada, idea de Luis Aragonés prolongada por Del Bosque, decidió subir las persianas y juntarse.

La reclusión, de momento, no está provocando heridas en Chile. Al menos no que se vean. Quizás porque los medios locales son (somos) más condescendientes con el régimen, menos beligerantes. Lo que diga Sampaoli está bien. Quizás por eso el escándalo que sacude estos días su actualidad, la controvertida y nociva gestión de la lesión de Arturo Vidal, pasa casi de largo. Como pasó la vuelta a la nómina de Paredes después de ser marginado, episodios que en otra cultura hubieran generado revuelo. O las lagunas defensivas ante Egipto. Quizás por eso Chile está sorteando los días más peligrosos, los previos a la competición en sí, germen habitual de ansiedad y conflictos por largos, aburridos, vacíos de fútbol y escasos de noticias. La relación de acontecimientos habría dado para una guerra civil en cualquier otro rincón del fútbol. Pero Chile silba.