Bienvenidos los hijos del Angliru
Fue hace catorce años cuando se supo de la existencia de La Camperona. El Angliru había revolucionado la Vuelta, y todos nos pusimos a buscar anglirus por doquier. Era un momento de gran expansión de la telefonia móvil, y comenzaban a instalarse antenas en las cimas cercanas a las poblaciones para asegurar una amplia cobertura. Encima de Sotillo, en León, pusieron una de ellas que cubriera todo el ayuntamiento de Sabero. Se accedía a la cumbre a través de una pista, y los organizadores de la Vuelta acudieron a ver la subida. La desecharon. Primero, por no estar asfaltada; segundo, porque sólo tenía tres kilómetros. Catorce años después se ha convertido en uno de los grandes atractivos de la Vuelta 2014.
Primero, ya está asfaltada; segundo, las cuestas de este tipo son precisamente las que han dado personalidad a la Vuelta. No es un Angliru, en absoluto. Como no lo es Ézaro, ni el Cuitu Negru ni la Bola del Mundo. Pero son las duras ascensiones de entre dos y tres kilómetros las que provocan que el pelotón salte por los aires, y ningún favorito pueda esconderse. Se produce entonces una lucha cara a cara, en la que quien no resista se puede ir despidiendo de la carrera. Son pequeños anglirus que no permiten respiro ni descanso. Si los pinganillos y los directores han quitado dramatismo al ciclismo, los hijos del Angliru se lo han devuelto. Por eso se hacen tan necesarias subidas como éstas. Bienvenida La Camperona, la cuarta de las grandes.