El hematocrito colombiano
Julián Arredondo, primero en la etapa de ayer del Giro; Fabio Duarte, segundo. Nairo Quintana continúa siendo el líder de la carrera sobre Rigoberto Urán. Los cuatro son ciclistas colombianos. Veinticinco años después de la irrupción de los Lucho Herrera y Fabio Parra, el ciclismo colombiano resurge con una fuerza desconocida en cualquier otro país. La cosa tendría explicación en sus mayores valores fisiológicos al provenir del altiplano, donde el hematocrito aumenta de forma natural. Siempre lo han tenido alto, pero en los tiempos que la EPO corría por la sangre del pelotón, no había diferencias entre unos y otros. O sí, porque el colombiano que se dopaba podía convertirse hasta en campeón del Mundo, como sucedió con Botero.
Era la época en que a los ciclistas se les permitía competir con un hematocrito hasta del 50%. Todos sabían dónde estaba el límite, y los druidas se encargaban de que sus clientes no lo sobrepasaran. A nivel fisiológico daba igual vivir en el altiplano que a nivel del mar. La mayoría iba al 49,9%, cinco puntos por encima de lo normal. Ahora que la EPO ha dejado de correr a raudales, ya nadie roza esos límites. El pasaporte biológico se encarga de controlarlos. Y han aparecido los ciclistas colombianos, cuya sangre se oxigena mejor en los grandes esfuerzos porque, como los atletas kenianos y etíopes, viven por encima de los 2.500 metros. Es una ventaja y la aprovechan. ¿Y los demás? Los demás, a entrenarse al Teide. Como antes de inventarse la EPO.