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Gloria eterna. No sé cómo se pudo apañar la civilización occidental hasta el año 1902 sin la aparición del Real Madrid. Gracias a su existencia, ayer millones y millones de madridistas percibimos el sentido de nuestras vidas: ser fieles innegociables a este escudo que acapara más conquistas que nadie hasta el confín de la Tierra. Desde niños aprendimos que perder es un fracaso y, si se hace, debe ser siempre con la cabeza muy alta. Por eso hay jugadores que han nacido para ser legionarios en defensa de este pedazo sagrado de la historia del fútbol. En su día lo fueron Di Stéfano, Puskas, Gento, Amancio, Pirri, Juanito, Camacho, Santillana o Raúl. Hoy día hay un ser superior que los ha adelantado a todos por la izquierda y por la derecha. Se llama Sergio Ramos y los tiene más grandes que la boina de Urtain.

Cabeza de oro. El partido agonizaba. Estábamos en el extra time, que dirían los ingleses. La afición del Madrid se mordía los puños de la rabia y la del Atleti ya se veía campeona. Pero había un tipo nacido en Camas que se empeñó en sacar a relucir ese orgullo madridista que alguno creíamos extraviado. Lideró todas las subidas al ataque, cortaba atrás, bombeaba balones al área de Courtois y hasta le daba tiempo de llegar al remate. Un Di Stéfano en versión era digital. Y llegó ese descuento en el que los hombres que se visten por los pies dan la cara cuando parece que te la han partido. Sergio se elevó al cielo de Lisboa y conectó un cabezazo cruzado, imperial, imposible de desviar para ese belga de dos metros que pronto será el mejor arquero de Europa. Ramos provocó un terremoto en las gradas de Da Luz. Todos empezamos a brincar como locos. Mi pequeño Marcos, al que nunca vi emocionarse de verdad en un partido de fútbol, se subió a mis brazos entre gritos de “Papá, la Décima, es la Décima, por fin, la Décima. Te quiero”. Rompí a llorar como hice hace dieciséis años con el gol de Mijatovic en Amsterdam. Fue un momento mágico, único. Se lo debo al Madrid, se lo debo a Sergio. Qué grande eres Tarzán.

Iker es humano. Así es. Si Pedja fue el héroe de la Séptima, Raúl de la Octava y Zidane y Casillas de la Novena, ayer le tocó a Iker asumir el durísimo papel de antihéroe. Una mala salida, una mala decisión y un gol desafortunado que casi nos cuesta la ansiada Décima. Pero Iker nos ha dado tanto y nos ha salvado de tantas que ahora sería mezquino y cruel dudar de su capacidad. Sólo los grandes pueden equivocarse sin derecho al perdón porque va en su rol de crack, pero este chaval de Móstoles se merece el cariño justo en un día así. Además, está bendecido. El gol de Ramos le evitó un castigo que habría sido cruel. No me extraña que Iker le dijese: “Sergio, eres el puto amo”. Iker, esta Champions también es tuya.

Bien el Atleti. Les felicito por la fe que han tenido hasta ese último minuto que, como en Bruselas hace 40 años, los ha castigado con toda la dureza imaginable. El Atleti tendrá que esperar para ganar su Primera, pero no debe reprocharse nada. Cayó ante el mejor de la historia del fútbol. Y eso son palabras mayores.

Gracias. Todos los madridistas a Cibeles que bien nos los hemos ganado. Esas dos manitas nos dan un colchón de felicidad para mucho tiempo. Ha sido una travesía complicada hasta llegar a la Décima Prometida, pero ha merecido la pena esperar para sentir que la vida vuelve a ser blanca y bella. Gracias Sergio, gracias Marcelo, gracias Di María, gracias Cristiano, gracias Bale, Isco, Morata, Carvajal... Madrid, gracias por existir. Del Madrid al cielo.