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Rice, el factor diferencial

Mismo final, historia diferente. La segunda derrota consecutiva en una final de la Euroliga en la que partes como favorito realimentará críticas, fobias y relacionará decepciones que nada tienen que ver. Lo primero a destacar es que nada tiene que ver esta derrota contra el Maccabi con el hecho de haber completado previamente una temporada de récords, en la que el Real Madrid había perdido sólo 7 de 67 partidos disputados. La decepción de esta final no encuentra lugares comunes con condicionantes como la fatiga o la borrachera de éxito. Cuestiones mucho más baloncestísticas que emocionales determinaron otra derrota inesperada. Cuestiones extrañas y diferentes de las causas de la derrota de hace un año contra Olympiacos.

Ventaja desaprovechada. La presencia en el quinteto titular de Schortsanitis generó la primera preocupación del partido en el Real Madrid. Un cúmulo de atenciones, un efecto disuasorio que descentró también en ataque a un equipo del que sólo podía tirar Rudy Fernández. Con la entrada en pista de Felipe Reyes y Sergio Rodríguez se logró repetir el recurrente segundo cuarto madridista, un vendaval habitualmente incontenible, impulsado ayer además por la defensa de Darden contra Hickman. Fue entonces cuando el equipo de Laso se decidió por acudir a la teórica ventaja del juego al poste de Mirotic contra rivales más pequeños. Desacierto­ o falta de costumbre, el caso es que el montenegrino no aprovechó sus dos primeras opciones y el Madrid regresó al vicio del triple, un vicio fatal en este partido. Para colmo, le puso la alfombra de entrada al encuentro a David Blu. Ahí llegó otro momento clave, el parcial de 9 a 18 para Maccabi con el que se llegó al descanso del encuentro.

Amanece que no es poco. En el tercer cuarto se volvió inquietante el desequilibrio blanco por la ausencia de aportaciones ofensivas de Llull y Mirotic. Sin pérdidas de balón y con segundas opciones gracias al rebote de ataque, el Maccabi podía mantenerse en el partido, con más posesiones y mejor selección de tiro que su rival. El Maccabi echa raíces en los partidos como el semillero de hombres de la película española Amanece que no es poco. Se agarran al parqué y no hay quien los arranque. Y al Real Madrid le dio por no brotar y no brotó. Entonces se desató el festival de Tyrese Rice a partir del bloqueo directo. Ahí radicó el factor diferencial del encuentro. Ni con Llull ni con Darden como primer defensor, ni con el pívot más atrevido o más conservador en la defensa del dos contra dos, ni siquiera con ayudas esporádicas de un tercer defensor. El Madrid ni pudo ni supo atar a un jugador en plenitud de lectura y acierto.

La inmersión final. En el último cuarto se añadieron más condicionantes negativos. La acumulación de faltas de Slaughter y Sergio Rodríguez le restó libertad a la rotación de Laso, el suplicio creado por Rice liberó a Hickman, Llull se inhibió para tirar, centrado en pasar y defender mientras que Mirotic, desorientado­ en defensa, volvió a fracasar en su intento de anotar en la pintura. Los 45 puntos anotados por Maccabi en los quince minutos del cuarto y la prórroga definen el sufrimiento y la impotencia del Madrid en el momento más importante de su temporada.