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No fue Bela Guttmann, fue el Sevilla

¡Qué bonito es el fútbol cuando se gana! ¡Pero cómo se sufre! El Sevilla levantó ayer, por mano de Rakitic, esa estrella emergente del fútbol europeo, la Europa League, tercera en pocos años, a las que suma una Supercopa. Es todo un palmarés, que le significa como uno de los gallitos de Europa en el siglo XXI. Pero ninguna de las anteriores costó tanto como esta, que culmina una temporada en la que el club cambió de presidente en circunstancias duras, renovó su plantilla con quince caras nuevas y remó siempre río arriba en esta competición, a cuya final llegó tras heroicas remontadas ante Betis y Valencia.

Y la final fue de tronío. El Benfica fue un gran equipo que apretó más según avanzaba el partido. El final del tiempo reglamentario fue asfixiante. La prórroga, casi más todavía. Los jugadores caían, acalambrados. Dos ocasiones claras, en contraataques limpios, se escaparon por poco en las finalizaciones de Bacca y Gameiro. El Benfica no le perdía la cara al partido, apretaba, sacaba fuerzas para luchar contra el Sevilla y contra esa vieja maldición que le persigue desde que la dejó flotando en el aire Bela Guttmann, que mucha razón tuvo que tener para poner durante tanto tiempo a los hados de su parte.

Cuando llegaron los penaltis, nos preguntábamos quién los podría tirar. Bueno, pues los tiraron impecablemente Bacca, Mbia, Coke y Gameiro. El quinto no hizo falta, porque Beto paró dos, adelantándose (gracias, Brych) y estirándose abajo, donde duele. El Benfica perdía así su octava final desde que se negó a mejorar el sueldo a Bela Guttmann, con el que había ganado dos consecutivas, una al Barça de Kubala y otra al Madrid de Di Stéfano. Pero no le demos todo el mérito a él, sino al Sevilla, el equipo de la casta y el coraje, como rezaba su viejo himno. Sevilla, Sevilla, Sevilla... Tricampeón.