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Extremos del sumo sacerdote

Ole, ole, ole, Cholo Simeone. El grito ya estaba, ya formaba parte del repertorio de canciones de la misa colchonera desde que el argentino se vistió la camiseta como jugador. Pero ahora significa más, mucho más. Tiene categoría de padrenuestro atlético, a la misma altura emocional que ese ‘Luis Aragonés, Luis Aragonés’ paradójicamente más moderno al que el destino decidió conectar cronológicamente en el corazón y la garganta de los aficionados en mitad del mejor y más conmovedor año de la historia del club. En ninguna otra época se había vibrado tanto y a la vez llorado tan profundo. El curso 2013-14 marcará para siempre la vida del Atlético. Una temporada que está a punto de concluir y que el Atlético, a instancias de su sumo sacerdote, insiste en vivir partido a partido pese a que las noticias se agolpan como tentación irresistible para alzar de una vez los brazos.

El Barça o Lafita, que además es atlético de cuna, dieron ayer un nuevo empujón para la euforia cochonera. Quedan sólo tres finales y se agranda todavía más el colchón. Pero el Cholo no cede. La orden es inequívoca; aguanten, animen y llenen Valencia. Es sorprendente como el tipo más apasionado, el que más emociones y adrenalina ha logrado transmitir o contagiar desde un banquillo, es al tiempo el más cerebral. Agita al máximo y contiene al máximo. La ecuación imposible. Y ambos extremos le salen bien. Por eso esa gente no deja de gritar: Ole, ole, ole, Cholo Simeone.