Profesionalismo o esclavismo
El asunto me lleva directamente al drama de la sociedad actual. No quiero entrar en temas políticos, pero la crisis económica que tanto tiempo llevamos viviendo y que, por mucho que intenten convencernos de lo contrario, está muy lejos de terminar para el ciudadano de a pie, también está teniendo otro efecto demoledor más allá de la catástrofe que está significando para los que han perdido su trabajo, sus ahorros o su futuro (o lo van a perder en los próximos meses).
La situación también ha servido para quitarnos la venda ante un sistema en el que todos pensábamos que se había llegado a un equilibrio más o menos estable entre todas las partes. Unos ganaban dinero y a cambio ofrecían un sueldo digno y más o menos justo y una seguridad. Además, una serie de agentes sociales velaban para evitar los excesos. Con la crisis hemos descubierto que aquí a la mayoría se la repampinfla ese equilibrio, e intenta sacar tajada a costa de quien haga falta, sin importar las consecuencias de ello. Ni agentes sociales, ni servidores públicos, ni empleadores, ni jetas varios y oportunistas, se libran de este sálvese quien pueda en el que se ha convertido esta sociedad. Y además, esa obscenidad que antes de hacía de tapadillo, para que no se notara, ahora se lleva a cabo de cara y sin vergüenza, que se han perdido hasta las formas.
Así que, mientras el barco se hunde, los que deberían repararlo solo intentan abandonarlo llevándose la cubertería de plata, a la vez que engañan a la mayoría para que siga remando y meten las manos en sus bolsillos para llevarse hasta la última moneda. Quizá algún día saldremos de verdad de la crisis, pero estamos perdiendo la fe. Porque quienes tienen la sartén por el mango se niegan a arriesgarse a perder su status, y los que están asándose dentro no pueden hacer nada para salir. El sistema está podrido pero nadie quiere coger la pala para enterrarlo.
El espíritu olímpico, tan manoseado a fuerza de repetirlo con la boca llena, quedaba entonces solo al alcance de los más pudientes. Aristócratas que se podían permitir el lujo de competir sin recibir ingresos, con el único objetivo de ocupar el escalón más alto del podio porque tenían las espaldas bien cubiertas. El resto, los que necesitaban cobrar para comer, quedaban excluidos porque denigraban la limpieza del deporte. Es curioso que el último gran paladín de ese olimpismo decimonónico fuera su único presidente estadounidense, Avery Brundage. El representante de la tierra de las oportunidades fue un acérrimo enemigo del deporte profesional, y no es un secreto que ese empeño estuvo a punto de acabar con el sueño olímpico. Quizá solo pretendía exportar lo que veía en su propia casa.
Por suerte, insisto, gracias a la visión de Juan Antonio Samaranch, el profesionalismo entró en el deporte olímpico como un soplo de aire fresco y ya sin tapujos. Tras el fracaso de Montreal, Moscú o Los Ángeles, en Seúl se dieron los primeros pasos firmes y, por fin, en Barcelona ’92 se derribaron para siempre los muros que cerraban el paso al profesionalismo en los que deben ser considerados, con justicia, los auténticos primeros juegos modernos en todo su esplendor pese a la inevitable lacra del doping. Es un orgullo que nuestro país aportara la persona y la sede que han marcado el auténtico antes y después en la historia del deporte.
El problema es que ese regalo es de alguna forma un abuso interesado.
La estructura de los equipos universitarios de elite de football americano hoy en día se diferencia bastante poco de la de cualquier equipo profesional. También funcionan como una empresa que asegura unos ingresos por los mismos conceptos básicos que un equipo de la NFL: televisión, entradas y merchandising. Tienen en plantilla un staff técnico con sueldos no tan jugosos como los del football profesional, pero que cada vez se les parecen más. Tienen una gerencia completa, equipos de ojeadores, departamentos comerciales… Son, a todos los efectos, una empresa dentro de un campus. Una fábrica de producir dinero dentro de una universidad. Una de las mayores fuentes de financiación del universo intelectual.
Vale, lo que vosotros queráis, pero ambos casos son ejemplos de explotación laboral, salvando todas las distancias entre el primer y el tercer mundo. En un caso porque no hay otra opción, y en el otro por la promesa de estar labrándose un futuro.
Algunos me diréis que en esas mismas universidades hay infinidad de programas deportivos deficitarios en los que la prioridad sí que es el alumno y el prestigio académico. Vale, lo acepto, pero me temo que el football americano ya no se encuentra en ese apartado.
Así que tenemos una empresa dedicada a ganar dinero con mano de obra barata. Porque solo hay que invertir ofreciendo una beca deportiva. “Tú no me pagues nada por recibir clases, comer y dormir en nuestra institución, y yo a cambio te ofrezco jugar en nuestro equipo, el sueño de cualquier joven americano, y un título si decides completar tu cuarto año”.
La fórmula es perversa y tiene que funcionar por los mismos motivos que nuestra sociedad corrupta no termina de estallar por los aires. Los que tiene la sartén por el mango se niegan a ser decentes, y los que están asándose dentro se conforman con lo que tienen, aunque cada vez sea menos. Además, cualquier solución que pase por dejarse de pamplinas de separación entre deporte amateur y profesional, provocaría el derrumbe inmediato de toda la estructura deportiva estadounidense.
El football escolar está empezando a resentirse porque cada vez lo practican menos niños ante el temor de los padres a las secuelas. El football universitario pierde su identidad al mismo tiempo que se transforma en un profesionalismo encubierto. La NFL es un vergel a corto plazo, pero el horizonte se llena de nubes porque, como ha sucedido en la sociedad actual, quienes pueden buscar soluciones para todos los males, prefieren llenarse los bolsillos mientras quede algo que llevarse.
Y para acabar, otro tema. Aunque sé que muchos lo estabais esperando, me niego a hablar del caso Kaepernick, salvo que los rumores, dimes y diretes tengan más consistencia que un “según fuentes policiales hay rumores”. Una cosa es que tenga mis dudas sobre la calidad del jugador, y otra muy distinta es poner en entredicho su categoría como persona sin argumentos suficientes. La reputación es un bien demasiado voluble como para perderlo por un chivatazo remunerado a TMZ.
mtovarnfl@yahoo.es / twitter: @mtovarnfl