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Diego Ribas demanda una explicación

Orden tajante del Cholo o convicción general, realidad o camuflaje, el Atlético no llora. Tuvo argumentos para refugiarse en el victimismo, durante el duelo vecinal y después, pero escogió la grandeza. Y no se mueve pese a que la oposición use su silencio para deformar cínicamente lo acontecido. En otra época, al Atlético le habrían faltado pañuelos. Y se habría salido del partido, hasta perderlo; también de la competición. Hoy gime el de enfrente, incluso desde la invención o la paranoia. Violencia, dice Ancelotti…

Tampoco llora Diego, no en alto. Ni los que aflojaron el bolsillo para regalárselo al Cholo. Y tienen motivos. Salvo que el brasileño haya respondido de mala manera al repentino ninguneo de su valedor, hasta agrandarlo, su ostracismo no se sujeta. Es verdad que Simeone es un entrenador de once jugadores, pero cuesta aceptar que Diego, después de tanto pedirlo, de arrojarlo al césped casi sin entrenar, no figure ya entre sus elegidos. Y que ni siquiera le sirva, pese a ser el mejor, como recurso coyuntural cuando las ideas se apagan y el oxígeno se acaba. No son gustos, porque Diego le gustaba. No es una concesión al grupo, porque Diego lo formaba. No puede ser un capricho. El entrenador, pese a la bula, debería bajar a explicar qué pasa.