Un nuevo título para el Madrid del ‘jogo bonito’
Modelo triunfante. Otro título más para el Real Madrid del jogo bonito, un juego y un equipo que sólo se vuelven incontestables cuando ganan. Y ni eso. Pablo Laso suma ya cinco títulos (dos Copas, dos Supercopas y una Liga) y una final de Euroliga en dos años y medio como técnico blanco. Para este equipo que vive en una continua luna de miel sin boda la gloria es eso, que la filosofía no reaccione ni libere histamina ante estímulos que podrían ser patógenos como los de jugar a menos de ochenta puntos o que el eterno rival te obligue a ganar en el último segundo. Hoy en día, en este deporte tan desdeñado, reputación y notoriedad se fraguan siendo capaz de compatibilizar tangibles en forma de títulos con intangibles como la estética, el terreno de esparcimiento para los talentosos y la capacidad de atracción.
Garantías y complementos. El principal sustento de este Madrid para la temporada es la certeza y la garantía del núcleo que forman Sergio Rodríguez, Llull, Rudy Fernández, Mirotic y Felipe Reyes. Están prácticamente siempre donde, cuando y como se les espera. El papel del resto es tan complementario como necesario, aún por definir el contrapunto a los mejores pívots del continente. Como era de prever, Tomic y Lorbek hicieron daño durante una amplia fase de la final, y sumaban entre ambos 22 puntos en el minuto 29, momento en el que Slaughter desquició al pívot croata y finalizó esa amenaza. Para el Madrid, un punto abierto sobre el que trabajar.
Digno e insuficiente. El Barcelona cumplió con el objetivo de atragantar, de relacionar escudo y coyuntura, de entrometer inteligencia y artificio en el mundo onírico de su rival. Se quedó a un segundo del título porque Navarro descontó, porque a Tomic lo desactivó su enganchón con Slaughter para reafirmar su fama de crujiente, porque Xavi Pascual tuvo que utilizar a Dorsey en su lugar, con los correspondientes fallos en tiros libres, y sobre todo porque Papanikolaou quiso repetir el videobombing del día anterior en zona mixta para salir en el mismo cuadro de la acción de Sergio Rodríguez, abandonando a su hombre, Llull, a la suerte de decidir el partido. Un error inconcebible e intolerable para un jugador fichado precisamente como factor diferencial en las citas más especiales y ante los rivales más duros. El reloj y el marcador hablan de un punto y de un último segundo, pero al Barcelona o le llegó temprano la Copa o se ha demorado más de la cuenta en el proceso previo. El actual Madrid, como referencia de enfrente, deja en el saco del exceso concesiones como las de Pullen y Lampe, teniendo en cuenta los retrasos de forma de Navarro y Lorbek.