Cristiano, en el espejo de Messi
Seguramente, ahora que vemos a Messi sacar los pies del tiesto, atreviéndose a afear públicamente a un vicepresidente de su club, podamos entender un poco mejor al Cristiano Ronaldo de antes. Los jugadores irrepetibles, las estrellas que todo lo eclipsan, necesitan que su club gire a su alrededor. Así de simple. Eso no es malo, mientras el rendimiento de la estrella en cuestión siga siendo sobresaliente. Aunque en el fondo Messi tiene toda la razón, su forma de reivindicarse le ha dejado retratado. Eso sí, dijo una verdad como un templo. Un club de fútbol no se puede gestionar como si fuese una empresa. De eso, en el Madrid saben un montón. Cristiano lo ha sufrido en carne propia, hasta la justa y estratosférica renovación de 20 millones netos por temporada del pasado septiembre. Y el problema no era el dinero.
Ahora que vemos las caretas subvencionadas, las palabras bonitas, la campaña, merecida por cierto, para el Balón de Oro y el casi unánime reconocimiento de sus compañeros de equipo y de profesión, es bueno recordar de dónde viene Cristiano. El Madrid, bastante más que el madridismo, le negó el cariño, quizá por aquello de haber sido un fichaje de la era Mijatovic. Incluso, a día de hoy, hay quien torpemente le sigue llamando Tristiano en los corrillos. El portugués ya sabe que, hablando en el campo, se ganan los corazones y los Balones de Oro. El que ha cambiado en este tiempo no ha sido Cristiano, ha sido el Madrid.