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Ahora hay penaltis displicentes. Pero, ¿también hay hat-tricks displicentes?

Le hemos dado una tregua a Messi; ahora la figura es Neymar, no sólo porque resucitó cuando todo el mundo lo daba por vencido sino porque se le ocurrió marcar tres goles cuando la grada lo daba por concluido. En el momento mismo en que escuché en la radio (el Carrusel de la SER) que se estaba ahogando Neymar en aquella zona del campo en que antes Messi era un genio (cuando jugaba), el brasileño estalló y puso su genio a disposición del hat-trick.

Lo cierto es que resucitó Neymar; en seguida, y esto le honra, José Antonio Ponseti dijo ante el micrófono lo siguiente: “Si antes lo decimos...” Si antes dicen que Neymar está muerto, antes resucita. Había hecho unas jugadas muy bellas, pero con eficacia cero, como si jugara con displicencia. Hasta que se tomó en serio su lugar en la vida, que es hacer jugadas bellas marcando goles, y se adentró en el terreno que otrora holló el ausente argentino.

Se me revolvió en las venas el barcelonismo, y así lo dije en seguida. El barcelonismo (como cualquier pasión futbolística) es intransitivo: se resuelve en el alma del aficionado, y una vez que grita su verdad (¡El Mío es el Mejor!) ya lo demás no importa. Vivimos los aficionados al fútbol en medio de una dialéctica diabólica: basta que el equipo no funcione para que nos pongamos a comparar. El Barça no marca, el Madrid marcó ayer dos, dentro de nada será el funeral de nuestra larga historia de triunfos. Así que cuando había pasado un buen rato del partido y el Barça jugaba mejor pero no hacía nada de provecho empezamos a compararnos con el Madrid, con el Atlético, y nuestro desmejoramiento nos puso a sudar.

Imagino que cuando despertó Neymar colegas míos (pero del otro equipo), estarían rabiando porque se pondrían a comparar… “Si Cristiano hubiera marcado aquel penalti en Copenhague…” Pero no, no marcó Cristiano el penalti de Copenhague. ¿Por qué? Hay dos miedos al penalti: el del portero, y ese lo consagró Peter Handke en su libro memorable, El miedo del portero ante el penalti, y el miedo del que lo lanza. Hasta ahora, sin embargo, habíamos visto decenas de maneras de afrontar el penalti, desde los palos o desde el punto fatídico. Pero jamás había escuchado a un lanzador decir que falló porque lo había lanzado “de manera displicente”. Yo sugiero, y quizá ya será para otro comentario, una pregunta: ¿y también hay hat-tricks displicentes? Podrían incluir el hat-trick de Neymar en una posible historia de los goles marcados de manera displicente? Hasta ahora los futbolistas nos daban goles o disgustos. Pero rara vez nos daban adjetivo tan suculento como éste que trajo Cristiano desde Copenhague.