En la redacción del periódico el partido estaba en casi todas las televisiones. A falta de jornada de Primera División, la NFL se llevó todo el protagonismo… y los comentarios. El más repetido venía a cuento por la norma que se va a aplicar en el próximo Mundial de Brasil, donde se permitirá a los equipos pedir al árbitro que detenga el juego para que los jugadores puedan hidratarse cuando las condiciones de calor y humedad sean más agobiantes. “Pues éstos parece que no se quejan por los climas extremos” “¡Joder, si hasta juegan en manga corta!” “¡Y se ríen!” Os puedo asegurar que en una redacción de un diario deportivo habita una tribu de tarados por el deporte. Tipos dispuestos a hacer locuras por un balón (casi siempre de fútbol). Pues el domingo, todos ellos contemplaban los monitores boquiabiertos, ante la dureza y espectacularidad de una competición como la NFL. Por algo será que nuestra Fantasy de AS empezó hace tres años con doce participantes conseguidos a duras penas, este año hemos tenido que crear una nueva, y la lista de espera para cubrir vacantes seguramente nos obligue a abrir una tercera… o incluso una cuarta. La popularidad de la NFL comienza a crecer exponencialmente. El lento goteo de toda la vida ya es un chorrito que amenaza con riada.
Os confieso que pasé todo el mes de septiembre y gran parte de octubre sin tomarme muy en serio a Chip Kelly y su presunta revolución. Aquel ritmo frenético de su ataque en los primeros partidos, aquellas pancartas con fotografías de Rocky sacando molla, no me parecían serias. No por nada. Después de tantos años, la experiencia dice que las revoluciones no existen, y que descubrir mundos nuevos suele terminar en drama.
Creo que el entrenador ha ido cambiando de guión sobre la marcha, adaptando su filosofía al complicado mundo profesional, y hacer eso en tres meses tiene un mérito increíble. Más si por el camino te ves obligado a cambiar el quarterback titular, dar consistencia a una defensa que ha recuperado la autoestima en tiempo récord, y replantear tu plan de juego para hacerlo viable frente a equipos que no se dejan amedrentar por un ritmo frenético y saben aprovecharse de los errores inevitables de ejecución que provoca.
El domingo, ante los Lions, bajo aquel manto de nieve que nos tuvo hipnotizados a todos durante tres horas, Chip también hizo magia. Todos hemos interiorizado que esos partidos bajo un clima infernal hay que ganarlos en las trincheras, arrancando cada yarda con sangre y sin cometer errores. La llegada del turf a los emparrillados ha cambiado radicalmente esa filosofía. Ahora mismo, solo seis estadios tienen césped natural: Arrowhwead (Kansas City), Bank of América (Carolina), Qualcomm (San Diego), Heinz Field (Pittsburgh), Soldier Field (Chicago) y O.co (Oakland). Todos los demás usan hierba artificial o mixta de diferentes tipos. En concreto, el Lincoln Financial de Filadelfia usa ‘Desso Grass Master’, una mezcla entre césped natural y artificial. En los viejos emparrillados, la nieve pisada, y mezclada con la hierba congelada, terminaba convertida en un barro helado en el que los grandes corredores norte-sur reinaban mientras percutían una y otra vez hasta destruir los muros rivales. En las nuevas superficies eso no es posible. El suelo, simplemente, se convierte en una superficie helada, en una pista de patinaje, en la que los pies pierden agarre y correr es casi imposible. Los nuevos tiempos obligan a ganar por el aire bajo las grandes nevadas. De hecho, el Eagles-Lions fue durante casi todo el partido un festival de lanzamientos, con los receptores y los jugadores de secundaria desplazándose por el campo trazando arcos larguísimos en cada cambio de dirección, incapaces de cualquier movimiento brusco.
A estas alturas, creo que Seahawks, Saints, 49ers y Panthers quieren que ese día ganen los tejanos. Nadie quiere ver en postemporada al abominable hombre de las nieves que ha creado Chip Kelly con una fórmula infalible: conseguir que sus hombres jueguen a su auténtico nivel. Como ellos saben.