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El tolosarra sigue siendo el futuro

Llegó cinco años tarde al Real Madrid. Era la época galáctica en la que Florentino Pérez solía decir: “Cuando valga 10.000 millones -60 millones de euros-, merecerá ser jugador de este club”. Llegó por 30 kilos, con su discreción y elegancia por bandera. Ésa que le hace ser un icono de firmas de moda y uno de los pocos futbolistas en el que las marcas más elitistas se fijan para proyectar su imagen. El Bernabéu, que siempre tuvo buen olfato y paladar, ha sabido apreciar su importancia, su jerarquía. Desde Fernando Redondo, el Madrid no tenía un mariscal de campo que manejase los tempos del partido como él. Como el buen vino que tanto le gusta degustar, ha ido mejorando con los años. Ahora, desde su madurez, se ha convertido en un entrenador de campo.  Es tan exigente con sus compañeros como consigo mismo. Les increpa cuando pierden el sitio, pero les mima cuando hacen las cosas bien, como ocurrió con Isco en Almería. Desde que regresó de su lesión, el Real Madrid es mucho más consistente, más fiable. En definitiva, mucho más equipo.

A sus 32 años y con el final de contrato a la vista, el club parece más obligado que nunca a renovarle. Mientras tenga cuerda dentro del campo, es incomparable en su demarcación. Cuando deje de tenerla, habrá que exprimirle para que proyecte toda su esencia en la cantera, que tan necesitada está de cerebros privilegiados. Sería una estupidez que se fuera tan pronto del Madrid.