Freire se fue y Flecha se va

El ciclismo ha participado con una fecunda producción en eso que Jaime Lissavetzky vino a bautizar como 'La Edad de Oro del Deporte Español' para describir los éxitos, en muchos casos hasta entonces inéditos, en deportes como fútbol, baloncesto, balonmano, fórmula 1, tenis o motos, durante lo que llevamos de Siglo XXI. Paralelamente, el ciclismo también ha vivido (aún la está viviendo) su propia Edad de Oro, aunque en este caso yo no acotaría tanto el periodo y no olvidaría la semilla plantada por el Reynolds y Pedro Delgado en los 80, prolongada en los 90 por Miguel Indurain y su 'delfín' Abraham Olano.

El periodo de Oro es largo, pero yo marcaría una fecha clave que supuso la expansión del ciclismo español a territorios inexplorados. Me refiero, claro, al maillot arcoíris que Óscar Freire conquistó en Verona el 10 de octubre de 1999. Incluso habría que rebobinar al año anterior, cuando sucedió aquella archiconocida anécdota en el nuevo equipo Vitalicio de Javier Mínguez y López Cerrón, que al pedir voluntarios para las clásicas del norte, por esa época consideradas un marrón por los ciclistas españoles, comprobaron con estupefacción cómo Pedro Horrillo y el propio Freire levantaron las manos.

Hasta entonces, los corredores españoles se fajaban con garantías en las grandes y pequeñas vueltas, o incluso habían descubierto los secretos de una especialidad hasta el momento ajena como la contrarreloj (Indurain, Olano, Mauri, Domínguez...). Las clásicas eran otro cantar. Sólo la ONCE de Manolo Saiz se asomaba un poco, aunque no a todas y casi siempre con ciclistas extranjeros. Pero cuando Freire abrió el melón, los historiales de estas carreras se plagaron de victorias (Astarloa, Valverde, Purito, Samuel, Dani Moreno, Flecha, Contador, Perdiguero...) y podios españoles (David Etxebarria, Lastras, Escartín, Aitor Osa, Mayo, Serrano...). Los corredores y los propios equipos entendieron, por un lado, que ellos no eran inferiores a nadie en ningún terreno y, por otro, que estos escenarios también eran interesantes para los aficionados.

Muchos de estos ciclistas ya se han retirado. Y cada año, alguno de los corredores que han participado en la Edad de Oro del ciclismo incrementa la lista de jubilados. En 2010 dijo adiós Óscar Pereiro, ganador del Tour de Francia 2006 a lo Walkowiak; en 2011 fue el turno de Carlos Sastre, el vencedor del Tour 2008; en 2012 colgó la bicicleta el tricampeón mundial Freire; y tras el actual 2013 se despiden Juan Antonio Flecha y ya veremos qué ocurre con Samuel Sánchez.

Se fue Freire y se va Flecha. A ninguno de los dos le vendría grande la palabra pionero, con permiso de aquel solitario Miguel Poblet de los años 50 que no tuvo continuidad. Flecha no se ha prodigado tanto en victorias, con un total de once, entre ellas tres clásicas (Campeonato de Zúrich y Giro del Lazio en 2004, y Omloop Het Nieuwsblad en 2010). No logró cazar ningún Monumento, pero su figura es clave porque demostró que las dos grandes del adoquín también están al alcance: subió tres veces al podio en la París-Roubaix (segundo en 2007 y tercero en 2005 y 2010) y una al del Tour de Flandes (tercero en 2008). Todo ello en una época en la que ha cohabitado con dos de los mejores corredores sobre pavés de la historia: Tom Boonen y Fabian Cancellara.

Me temo que a Flecha le vamos a echar mucho de menos, como ya hemos añorado este año a Freire. Ellos han expandido el universo de las clásicas a los aficionados, han demostrado que hay ciclismo más allá de las grandes rondas, y han marcado el camino a unos potenciales sucesores que, paradójicamente, no se adivinan en el horizonte. Porque el problema actual del ciclismo español es precisamente ese: ¿dónde están los sucesores para evitar la extinción de la Edad de Oro? Unos se van, otros no llegan.

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