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Dejen tranquilo a Diego Costa para que repose

Al pasar por los asientos de business de un avión del Puente Aéreo vi jugando y riendo a dos muchachos que tenían toda la pinta de ser Villa y Alba, a los que había visto por la tele, jugando al fútbol. Y eran, claro, Villa y Alba, pero más niños que lo que parecían en la tele. Iban de Barcelona a Madrid, a entrenarse con la Selección.

De cerca, pues, eran dos chiquillos que juegan con las maquinitas, esperando que se cumpliera la lata de los prolegómenos del viaje. Recuerdo que saludé a Villa como si lo conociera de toda la vida. Y, claro, sólo lo había visto en la tele.

En persona, los futbolistas tienen la edad que tienen. En la pantalla sus rostros aniñados adquieren la ceñuda apariencia de los adultos. La tele les añade años a sus años.

He pensado estos días si esto no ocurrirá igualmente con Diego Costa, el atlético al que pretenden España y Brasil para sus selecciones. Costa es un muchacho capaz de emocionarse (en persona, como pasó en El Larguero) con una canción y capaz también de indignarse hasta el extremo en el campo de juego. El niño en la calle, el veterano en la cancha.

A ese muchacho/hombre le están metiendo en la cabeza la obligación de elegir por encima de sus posibilidades intelectuales y sentimentales. ¡Optar por el padre o por la madre! Eso no se le hace a un joven, y menos a un futbolista tan joven. El hombre es, decía Max Aub, de donde hizo el bachillerato, y que se sepa aquí Diego no hizo el bachillerato. Es de Brasil, de ahí viene el aire que respiró primero, y lo que le están pidiendo es que opte, y que opte ya, a ser posible, por su aire adoptivo.

Por fortuna, ya no hay en este caso connotaciones políticas; al contrario que Kubala, que, como Di Stéfano, llegó a la Selección y triunfó en el menester, a Costa no le persigue ninguna historia de exilio. Está aquí, entre nosotros, por la real gana con la que ha ido administrando su carrera. Imaginemos que se va a Francia y allí también triunfa: ¿Francia también le va a proponer el dilema? ¿O Inglaterra? ¿O Alemania?

Demasiado peso para un muchacho. Vicente del Bosque, que se sentó a la mesa con él, sabe muy bien cómo tratar a la gente. Entre los adjetivos de su sensatez está la ponderación de los elementos humanos que comporta toda duda. Y seguro que sabe que esta presión que Diego Costa tiene sobre sus espaldas (y sobre su mente) excede lo que un chiquillo que juega al fútbol (por muy grande y por muy aguerrido que parezca) puede soportar sin romperse emocionalmente. Déjenlo con Brasil. O, mejor, déjenlo en paz.