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El regate que vino del futuro

Puskas jugó su último partido con el Madrid en el primavera de 1966. Para una inmensa mayoría de la afición y para mí, por tanto, su figura se alimenta del recuerdo de otros y de las imágenes de vídeo que han resistido con dificultad el paso del tiempo. Repasando estas, queda la sensación de que se trata de un futbolista extemporáneo. Aquel regate a Billy Wright, capitán de Inglaterra, en 1953, estampa del Partido del Siglo, no se vio hasta mucho después. Fue un implante de un fútbol venido del futuro. “Me sentí como el bombero que llega tarde al sitio equivocado”, diría años después Wright. Puskas se lo limpió enseñándole la pelota y sacándole de pista con una pisada de izquierda. También tardó años en reaparecer ese golpeo plano, limpio e imparable. Y  cuando lo hizo fue con balones menos duros y más gobernables de los que se utilizaron en los cincuenta y los primeros sesenta.

Hasta aquí las imágenes de un futbolista al que “le gustaban más los goles que comer”, según llegó a contar un compañero de vestuario. Los recuerdos ajenos hablan de un interior con diez metros de sprint fabulosos, arrancada impropia de su silueta. Y una facilidad para anotar  insólita. De los 31 años (la edad en la que llegó al Madrid, con 18 kilos de más) en adelante marcó más goles que Di Stéfano. Salió a más de veinte tantos por temporada en las seis primeras que jugó en el Madrid. Estaría fuera del alcance de cualquiera, Cristiano incluido, si hubiese llegado una década antes. El mes de homenaje a Puskas se les hará tan corto y tan ameno como sus ocho años en el club.