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Ya no hay renglones torcidos

Raúl nos ofreció la perspectiva adecuada cuando se marchó al Schalke con 33 años. De repente desapareció el desgaste, la sensación de cansancio de buena parte del madridismo (16 temporadas de blanco), la misma hartura que sufre ahora Casillas (14 años del mismo color). La gente, y todos lo somos, se cansa de las caras mil veces vistas con la misma facilidad que se deja seducir por un rostro nuevo. Sólo la perspectiva nos hace entrar en razón, demasiado tarde demasiadas veces.

Al final, la historia ha estado bien escrita, incluso en este último capítulo. Raúl se marchó cuando debía y regresa ahora en el momento adecuado, sin excesivo cariño institucional pero con la compensación del absoluto apoyo del madridismo. El hecho cierto, y casi mágico, es que ahora hay más raulistas que cuando Raúl abandonó el Real Madrid. Algún día, y lo apuesto con quien guste, ocurrirá lo mismo con Iker.

El homenaje, aunque sea disfrazado de Trofeo Bernabéu, es oportuno porque Raúl lo dio todo por el Madrid. Diría que sólo se quedó corto de sonrisas y esa introspección le privó de un reconocimiento mediático internacional que, probablemente, le hubiera hecho ganar el Balón de Oro que mereció en 2001. En Alemania corrigió esa actitud, quiso y se dejó querer, pero ya no era tiempo de pelear por balones dorados.

Raúl ha regresado ahora para cerrar un relato perfecto que acaba con beso en lo deportivo, pero que continuará algún día en los despachos, quién sabe si en la presidencia, quién sabe si tanto afán por alargar su carrera no tendrá otro objeto que reunir el dichoso aval.