España del Gran Poder
Noche de locura. Casi en la medianoche, todos los balcones de la piel de toro rugieron como si fuesen una manada de leones en la Sabana. "¡Vamos! ¡Toma y toma! ¡Viva España!". Y yo añado a los cuatro vientos: "¡Viva la madre que os parió!". Vean también en la foto superior como mis compañeros de la redacción de AS vibraban alborozados tras firmar Navas el gol que nos lleva a Maracaná para disputar la final soñada ante Brasil. No jugamos como siempre, pero ganamos como de costumbre. Incluida esa asignatura del 'Sufrimiento' en la que tenemos un máster desde los tiempos en los que los italianos rompían la nariz a Luis Enrique y Salinas fallaba un mano a mano cantado con Pagliuca. Fue un partido lleno de sueños rotos, que se recomponían en la jugada siguiente entre un mar de piernas agarrotadas, tirones musculares, bloqueos mentales y postes salvadores. Con un calor que fundía hasta las ideas, una humedad que derretía las camisetas y un rival encorajinado y poseedor de un orgullo admirable, nuestra querida España volvió a regalarnos una de esas noches de verano que desde 2008 se han convertido en un clásico. Merece la pena empezar a ahorrar para poder viajar como hincha dentro de un año a la tierra del Corcovado y la caipirinha para animar a La Roja, ese equipo que se ha instalado definitivamente en el corazón de todos los españoles...
Penaltis de locura. Llegar a la tanda de penaltis tenía una mística que daba para escribir varios libros. Este círculo virtuoso y triunfal de España empezó hace cinco años ante el mismo rival, la poderosa Italia, y con la misma suerte final: los máximos castigos. Allí, en Viena, nos salvó Iker con dos paradones a Di Natale y De Rossi. Anoche, en Fortaleza (jugando en una ciudad con ese nombre no me extraña que no hubiera un solo gol en 120 minutos), ni Casillas ni Buffon necesitaron ser héroes parando un penalti. Todos estaban tan afinados que hasta vimos a Candreva imitar a Ramos y a Pirlo iniciando la serie a lo Panenka. Lo bonito fue ver cómo todos los españoles cantábamos igual los goles de Xavi, Iniesta, Piqué y Busquets (la guardia azulgrana), el de Ramos (corazón de España), de Mata (¡Viva Don Pelayo!) y de Navas, el Jesús del Gran Poder de esta Selección mágica, irrepetible y triunfal. Hasta jugando regular y en condiciones adversas consiguen ganarnos por el tremendo esfuerzo que hacen en cada aparición. En la prórroga, los nuestros quisieron morir de pie y tuvieron opciones hasta el minuto agónico final. El tal Webb se comió un penalti claro de Chiellini, pero da igual. Tenía que ser con las pulsaciones a 150 y con 20 millones de compatriotas pegados a la tele al borde de un ataque de nervios. Pero ahí irrumpió Navas, el Emperador de Los Palacios, tierra sagrada sevillana donde nació este cohete con ojos como el mar Mediterráneo. El gol de Navas me recordó al de Cesc en Viena 2008. También así se fabrican equipos campeones. Con temple de acero en un momento donde lo fácil es caer en la enajenación mental transitoria. ¡Uffff!
¡Tiembla Neymar!. El domingo llega ese Brasil-España con el que vengo soñando desde que nos tangaran en 1986 con aquel gol legal de Míchel no concedido por el australiano Bambridge. Maracaná, un escenario mítico, debe encumbrarnos hasta el Everest del fútbol mundial derrotando a su encopetado anfitrión. Vamos a cortar la cresta a Neymar. Hay que gritar al mundo entero quiénes somos. La vida es bella. ¡VIVA ESPAÑA!