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Tahití, mejor que Malta

Respeto a Tahití. Me niego a hacer chanzas facilonas. Me resisto a burlarme de la bisoñez de estos deportistas que me dan más envidia de lo que imaginan. Vivir en las paradisíacas islas de la Polinesia Francesa no debe ser objeto de choteo. Más bien de admiración. Si yo hubiese crecido entre sus aguas azul turquesa, su arena fina y sus cocoteros tropicales, en lo último que hubiese pensado es en coger un balón de fútbol, calzarme unas botas duras y apretadas, y en buscar un campo para practicar ese deporte que tiene enloquecido a casi todo el planeta. Si naces en mi querida España (como trovaría la añorada Cecilia), en Alemania, Inglaterra (¡ellos lo inventaron!) o Brasil (¡ellos lo patentaron!), lo normal es que desde niño conviertas a la pelota en tu juguete favorito. En Tahití, no. De hecho, el deporte alternativo es la canoa polinesia. Y la gente allí disfruta haciendo collares de caracolas. Es otro mundo, otra apuesta, otra manera de vivir, que diría Rosendo...

Un respeto a Roche. El seleccionador tahitiano, Etaeta, quiso sorprender cambiando al portero. Dejó fuera a Samin, que se llevó media docena de chicharros de Nigeria, y dio entrada a Roche. Apellido de medicamento, que juega en el Dragon, equipo de su maravilloso país. Este portero de 30 años genera todo mi cariño. Sin bromas. En el minuto 68, cuando ya iban 8-0 en el marcador, hizo una parada espléndida a un golpe franco de Villa. Me pareció estupenda su reacción. Celebrándolo como si fuese un gol suyo. Pidiendo complicidad en la grada de un escenario mítico como Maracaná. Estaba gritando al mundo entero algo así: "Leches, que soy persona. Menos choteo a mi costa. ¿Qué más puedo hacer, señores?".

El penalti. La situación de Roche fue tan dramática que hasta fue un alivio para muchos españoles ver cómo Torres erraba un máximo castigo. En el fondo, daba igual. Al minuto ya había metido el Killer de Fuenlabrada su cuarto gol. Pero alivió ver la cara feliz del tal Roche, que entendía que cada gol fallado por España era una mancha menos en su minúsculo historial. Fue digno de un guión de Hollywood, como aquella película en la que el equipo de bobsleigh de Jamaica se entrenaba para terminar haciendo historia en los Juegos Olímpicos de Invierno. Así es mucho más fácil entender lo que hizo la afición de Maracaná...

Silbidos suicidas. En la primera media hora y con todo el mundo intentando no mancharse el traje de boda, la torcida brasileña jaleó cada acción de Tahití como si fuese Neymar o Marcelo el que llevase la pelota. Ellos se crecieron, lógico. Pero después de tanta zanahoria esperaba un palo terrible e inmisericorde. Cuando Silva firmó el 2-0, se desató un Katrina que concluyó con el 10-0 del canario en el último minuto. Jamás Maracaná asistió a una goleada de semejante calibre. Pero los silbidos de la hinchada canarinha confirman lo que todos sabemos: NOS TEMEN.

Sin récord. Me cae tan bien Tahití que es más justo ver la botella medio llena. Un ejemplo: Malta se llevó dos golitos más en el famoso 12-1 de diciembre de 1983 que nos transportó a la Eurocopa de 1984. Tahití tampoco se ha comido 13 goles como les pasó a los búlgaros antes de la Guerra Civil. Esta gente es noble y leal. No discuten los derechos de imagen (simplemente, no los tienen) y se conforman con una equipación para toda la temporada. Con Nigeria empieza lo serio...