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El disparate de la Isla de Man

La Isla de Man se ha cobrado otra vida. En nombre del romanticismo, del valor, de la tradición y de no sé qué otros sinsentidos más se siguen permitiendo carreras de motos en un circuito tan anacrónico como letal. Soy consciente de que la prueba tiene defensores a ultranza y que muchos consideran que es suficiente el hecho de que los pilotos acepten los riesgos para justificar su continuidad. No estoy en absoluto de acuerdo. Ya no hay razones, hace mucho tiempo que dejó de haberlas, para desafiar a la lógica y a la razón permitiendo que alguien se juegue el tipo por el mero hecho de hacerlo, sin necesidad y por querer ir un paso más allá en los límites de la competición. Y no me sirve lo de la libertad individual porque en ningún otro caso se apela a ella para permitir despropósitos similares.

Quiero decir que en las carreras, de coches y de motos, existen unas severas normas de seguridad que intentan minimizar en todo lo posible los riegos de la competición. Desde los circuitos a las máquinas, pasando por las equipaciones e incluso el estado físico del piloto se exigen las mejores condiciones en un intento de tenerlo todo bajo control, un objetivo inalcanzable al cien por cien pero que se debe perseguir sin descanso. ¿Por qué debe ser diferente en la Isla de Man? ¿Qué motivos hay para correr en peligrosas carreteras delimitadas por muros y guardarraíles cuando (ahora sí, quizá no hace medio siglo) existen sobradas instalaciones concebidas para ello? Yo no lo llamaría romanticismo, lo llamaría quimera; no hablaría de riesgo, lo haría de temeridad. Especialmente en momentos como ayer, cuando justificar la muerte de una persona me resulta imposible y me horroriza...