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Peor imposible

La honra. La honra no estaba lesionada, no lo estaba; estaban lesionados Messi, Puyol, Mascherano, Busquets, pero la honra no estaba lesionada. Pero cuando recibes un tercer gol y habías esperado marcarlos tú, entonces ya ni la honra cuenta, pues la decepción es la única alternativa a la desesperación. En la desesperación es posible aún la reacción. Pero si la decepción se apodera de las armas diezmadas de los futbolistas entonces comienzan las desgracias. La honra queda desplazada, es un jirón en el campo.

La metáfora. Todo partido tiene su metáfora, su símbolo; en la desgracia de anoche ese papel de estandarte absoluto de la nada hecha pedazos que fue el Barça sobre el campo fue el gol de Piqué en propia meta. Esta semana el pundonoroso y excelente central había asumido el papel de Puyol; había decidido echarse el equipo a la espalda. Lo hizo de tal manera que parecía un niño defendiendo la pelota y también la honra. Que él mismo haya marcado el segundo del Bayern coloca sus ilusiones en el baúl en el que los críos guardábamos los juguetes rotos. La suya no fue una mala fortuna, sino la representación más terrible de una noche aciaga que para los que somos muy mayores guarda resonancias inolvidables y tristes.

Berna. Otra vez, para los aficionados mayores, la sombra de Berna, cuando el Barça perdió aquella final de la vieja Copa de Europa ante el Benfica. Aquella final tan aciaga en la que el equipo azulgrana se topó varias veces contra los postes cuadrados de las porterías. Pero no es un consuelo recordar viejas derrotas para relativizar éstas. Aquel Barça de Ramallets y de las ya conocidas desgracias tuvo hasta el final un hálito que hacía previsible una resurrección. Ayer acudimos a ver el partido creyendo que de un momento a otro la vida iba a emitir alguna sonrisa, alguna esperanza para el futuro más inminente.

Claridad. El fútbol es fe, esperanza y claridad. Y esta última se le nubló al Barcelona hasta los límites de su propia impotencia. No era un equipo de luces largas sino de pequeños resplandores que se fueron apagando. El resultado de este desentendimiento de la suerte se alió en seguida con la consecuencia más clara de la mala suerte. Y, cuando empezó el segundo tiempo, no éramos nada, un guiñapo en las manos de un equipo cuyo carácter imperial le enseña al Barça el camino de una renovación que ahora obliga al cambio de casi todas sus líneas.

Para marcar. Lo decíamos el otro día tras el desastre de Múnich y lo decimos ahora tras el desastre de Barcelona. El Barça remató como si tuviera miedo, lo hizo con el toque infantil, esperando regalos que estos alemanes no te dan. Los disparos barcelonistas fueron tan taimados, tan tímidos, que parecía que el Barça defendía un resultado hasta cuando tenía aún posibilidades de reducir la tremenda desventaja. De esa manera no había nada que hacer.

Sin Iniesta ni Xavi. En el ámbito de las metáforas, una más: que el Barça renunciara en un momento determinado del encuentro, ya en la segunda parte, a Iniesta y a Xavi dice muchísimo de la angustia en la que se refugió el banquillo azulgrana, falto de ideas quizá porque éstas están también lesionadas y porque, además, el banquillo se ha quedado chico, definitivamente diezmado por la terrible realidad que justifica este 0-7 inédito en toda la historia azulgrana y más en esta última década. La década toca a su fin. Y no hay paliativos.