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El Atleti debe reinventarse en 20 días

El cerebro afirma que no es para tanto. Argumenta que la recompensa era escasa, que el Atleti va a ir directo a Champions con o sin estos tres puntos. Sabe que una victoria ante los suplentes blancos se habría minimizado. Recuerda que, sí, mucho Madrid B, pero todos los titulares del Atleti juntos costaron menos que Kaká y Pepe sumados. Esgrime, todo es desearlo, los manidos troncos habituales a los que aferrarse tras el naufragio: el árbitro, la suerte... Recuerda que faltaba Arda, el faro en la oscuridad de su mediocampo, y atisba un oportuno despertar de Adrián. Piensa que, tras 14 años sin ganar, parecía ciencia ficción que fueran a caer dos seguidos. Y el Día D es la final de Copa, buena gana de minar un posible exceso de confianza rival. Que se relaje, que se relaje...

El corazón replica que la imagen fue espantosa. Le aplastan 25 decepciones seguidas. Se desespera ante la tendencia de Simeone a volverse conservador cada vez que asoma un rival poderoso: Raúl García y no Cebolla, ni un segundo de Óliver. No soporta que su aguerrido equipo fuera menos intenso que nunca el día que más lo necesitaba. Sabe que el segundo puesto tenía un valor que quizás no se pueda explicar, pero sí se puede sentir. No entiende que habiendo un derbi hoy, se especule con lo que pase en tres semanas: con el Madrid no hay matices. El corazón, en definitiva, está harto y grita que esto es fútbol y no ajedrez: el cerebro puede irse a Cuenca. Y cuando acaba de gritar, empieza a crecer en él una fe insensata: nos vemos el 17 de mayo. Eh, es el corazón, no le hablen de lógica.