La Champions desborda Dortmund
Ayer hubo cargas y líos ante las taquillas del Borussia de Dortmund. Un grupo de aficionados, escaso en número, pero noble en su intención, buscó su entrada por la vía heroica del trasnoche en la cola. El fútbol arrastra una herencia del Neolítico que aún hoy provoca estas escenas en plena época digital. Larga acampada bajo las taquillas, tributo arcaico a un tiempo que se fue y no volverá. Es heroico estar dos noches sin dormir para conseguir una entrada, sólo que el camino ya no es ese. Hoy el camino es internet o el enchufe. Así que ayer hubo gran bronca en Dortmund, cosa que no me extraña.
Cuando Boskov dijo aquella aparente simpleza de que 'fútbol es fútbol' a todos se nos pusieron las orejas tiesas porque intuimos que estaba definiendo algo muy especial. Y sí, tenía razón. Una película, una gran película, pongamos 'El Padrino', por ejemplo, o 'Lo que el viento se llevó', o 'Ciudadano Kane' o la que ustedes quieran, está y estará ahí para siempre, como gran obra de arte: imperecedera, inmutable, a la disposición de una generación, y la siguiente, y otra y otra más... Sin embargo, y frente a eso, cada partido es irrepetible. Y por supuesto, incontrolable. No hay director de escena que lo gobierne.
Pocas cosas valen más que los derechos de transmisión de un partido de fútbol. Nada se deprecia tanto como un partido que ya se ha jugado. El valor del fútbol en diferido es igual a la nada que tiende a cero. El valor del fútbol es su incertidumbre. El fútbol es el deporte en el que menos asegurada está la victoria del mejor. Eso explica las colas, las broncas, las quinielas, los precios... Esos apaleados trasnochadores de Dortmund son la última (por hoy) expresión entusiasta de la irrenunciable ilusión que provoca el fútbol. Todos y cada uno de ellos merecerían su entrada. Pero muchos ¡ay! no la tendrán.