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El espectáculo más caro del mundo

Más de tres mil euros por seguir en directo el Masters de Augusta. Y digo por seguir, porque el golf se sigue en el sentido literal de la palabra. Aunque se sigue, siempre que haya sitio, porque lo mismo uno llega a un hoyo y se encuentra ya tan abarrotado de seguidores que no hay sitio, algo que en Augusta suele suceder. Aunque en los grandes torneos de golf también hay gradas donde el público permanece sentado y va viendo desfilar a todos los jugadores por el hoyo, lo suyo es seguir una partida o a un jugador concreto. Entonces el aficionado se convierte en un espectador activo que se hace los siete u ocho kilómetros del recorrido viendo pegar golpes a los mejores jugadores del mundo, lo cual lo toma como una clase impagable.

Para quien juegue al golf -ochenta millones de personas en el mundo, y treinta sólo en Estados Unidos- ver en acción a cualquier profesional, y no digamos ya a Tiger Woods, se considera un privilegio. Porque sabe la dificultad que entraña pegar una bola a más de doscientos metros de distancia y que caiga donde uno quiera; puede, además, presenciar toda una variedad de golpes considerados imposibles. Por eso no hay que extrañarse de que haya tanta gente dispuesta a pagar barbaridades por entrar en Augusta. En el golf, los espectadores son jugadores, cada uno en su nivel, y valoran con qué palos, a qué distancia y con qué precisión son capaces de golpear la bola los mejores del mundo. ¿Tres mil euros es mucho? Algunos pagarían más todavía.