El atletismo es un escándalo
Más que sospechas, hay evidencias de que el dopaje ha llegado hasta Kenia. Jamás se había visto en las listas de la Federación Internacional de Atletismo a ocho atletas kenianos suspendidos por dopaje. Cinco por norandrosterona, uno por EPO, otro por salbutamol y el último por clembuterol. Ya ni los africanos corren limpios. Actualmente hay 31 atletas de ese continente sancionados. Los ocho kenianos, más siete sudafricanos, seis nigerianos, cinco marroquíes y otros tantos argelinos. El 12,8% del total. Y es que el dopaje no conoce fronteras. Se va extendiendo allá por donde haya clientes potenciales, y África es territorio propicio para encontrarlos. Pero aún mejor es India. Allí los atletas caen como conejos. Hay 52 sancionados.
Puestos a sacar punta, rusos hay 33, y en Moscú se celebran este verano los Mundiales de atletismo. Brasil, sede de los próximos Juegos Olímpicos, tiene seis atletas sancionados, y Turquía, que aspira a los Juegos de 2020, siete. En este sentido, los atletas españoles no son motivo de vergüenza para la candidatura olímpica de Madrid. Sólo permanece sancionada Josephine Onyia, y cumple en agosto. En algo nos tiene que salpicar el escándalo en el que se ha convertido el atletismo, con 241 atletas de 56 países cumpliendo sanción por dopaje ahora mismo. Esta cifra multiplica por cinco la del deporte con mayor cultura de dopaje: el ciclismo. Aunque ahí salimos peor parados. De los 50 ciclistas inhabilitados, dos son españoles.