Lo que el Atleti no quiere ver
Diego Costa ha visitado el hospital más veces de las que ha enviado allí a sus víctimas. Es una estadística de la que da fe una trayectoria meritoria que alcanza el domingo los 100 partidos en Primera. Un pasado que invita a la compasión, a ponerse de pie. Pero su presente, propicio en teoría para tirar confeti, conduce a la preocupación. El brasileño ha crecido como futbolista, se ha consagrado. Ahora mismo, como dice Arribas, es más importante para el Atlético que el propio Falcao. Es la referencia arriba, la solución, la carrera, el gol, la jugada de la nada, el coraje, la ilusión, la fe, el tipo indispensable. Numerosas virtudes que se estrellan una y otra vez con su juego sucio. Una mala fama ante la que encima se siente a gusto.
"No voy a cambiar", contesta a los escandalizados. Y si lo dice en alto es que en el Atlético no le han tratado de reconducir ni en voz baja (más bien se fomenta una conducta pendenciera que hasta Clemente Villaverde calificó de fantástica por televisión). Una noticia penosa. El pronóstico certero de que el nuevo héroe va a tener vigencia breve. Porque así no se puede ir por el fútbol ni por la vida. Ni por decencia ni por interés. Y menos en ese club.