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El saber estar a la altura...

Debutar en un Clásico, con la carga de profundidad que ha alcanzado la portería del Madrid en las últimas semanas, habla muy bien de la madurez que ha alcanzado Diego López como portero y de su indiscutible personalidad. Dejando de lado la utilización de Adán en este vodevil (no le llamaremos falta de respeto), tiene mucho mérito estar a la altura de ese pedazo de partido en el regreso a Chamartín. Éste no es ni de lejos el equipo ni el club que dejó hace seis años. El mérito estuvo en la tranquilidad. Se complicó muy poco la vida, se mostró sobrio con los pies y ni el ambiente ni la presión pesaron un ápice en su actuación. Sin embargo, sería negar la evidencia no reconocer que en, al menos dos ocasiones, llegó a recular en dos balones en profundidad, en los que la gran velocidad del imperial Varane le limpió el expediente.

Recordándole en el Villarreal, uno comprendía el ensimismamiento de Capello por el modelo de cancerbero que siempre le enamoró: "Equipo grande, portero alto". Viéndole como alma en pena en el banquillo del Sevilla cobra aún más relevancia su actuación ante el Barça, especialmente la mano tensa que evitó el gol seguro de Jordi Alba, como colofón al soñado reencuentro con el club de su corazón. A corto plazo, un gran acierto. A la larga, una 'patata caliente'.