Un sueño llamado afición

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Hasta Oviedo, tierra de Don Pelayo, y de españolía inigualable, llegamos con la ilusión de unos adolescentes convencidos de que los sueños todavía tienen cabida en el fútbol. En un deporte tan mercantilizado y teledirigido por intereses cada vez más comerciales es maravilloso comprobar la fuerza que puede tener la afición para salvar a un equipo de la amenaza de ruina. El compañero Sid Lowe encendió la chispa de la esperanza en las redes sociales y el tsunami ha traspasado fronteras hasta convertirlo en un fenómeno sociológico que todavía dará que hablar dentro de varios años. El Real Oviedo ya es más que un equipo de fútbol. Es la bandera de los irreductibles, de aquellos que se niegan a aceptar la peor de las suertes. El orgullo de esta maravillosa marea azul ha logrado que en los cinco Continentes todos se sientan un poco oviedistas.
En los modernísimos salones del Hotel Ayre Palacio de Calatrava se reunieron varias generaciones de ese Oviedo al que mi memoria casi siempre ubicó en la elite. Cuando nací, allá por 1965, ya estaba José María (sentado a la izquierda de Relaño) impartiendo lecciones junto a Sánchez Lage. Era un Oviedo atrevido, ofensivo y que se hizo respetar. Al fin y al cabo, ya me contó mi padre que el primer partido del Oviedo en Primera, en 1932, se resolvió con un 7-3 al Barça. ¡Toma ya ! También estaba allí Carlos, ese goleador insaciable que se salió en un España-Brasil en El Molinón y el capitán Cervero, puro corazón carbayón. Nos vamos con el sueño cumplido. El Oviedo será eterno.



