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Óliver Torres y diez más

El dueño lo pintó tan oscuro el día de la gran alegría, pronosticó con tan meditado y agrandado pesimismo el futuro, que el Atlético llega sonriente al curso, con cara de alivio. Sin Diego, sí, herida profunda, el elemento creativo al fin encontrado después de años de sequía, pero con todos los demás del once que conquistó Bucarest. Con Falcao, Courtois, Adrián... Los fichajes no han aportado ilusión, aunque mejoran el fondo de armario. Y en la pretemporada el equipo no ha recordado a sus mejores días del título. Pero la simple continuidad es buena noticia. Si se mira en el espejo de los de su escalón, el Atlético enseña mejor aspecto.

Y sí ha encontrado un punto de entusiasmo, la irrupción de ese portento de 17 años que se llama como el genio de los dibujos animados. Óliver Torres ha curado los dolores de estómago. Desató tanta alegría que el mayor desencanto también procede ahora de él. Una chapuza de las clásicas le ha dejado fuera de Europa por la vía ordinaria y a los que deciden le faltaron bemoles para subirle al tren de los mejores por la extraordinaria. Lleva diez minutos y la amenaza de no verle ya suena a hurto y escándalo. Se llama expectación. La generaron Torres y el Kun a esa edad. También hubo quien intentó contenerla. Pero no se puede.