Dos estilos opuestos de vida
Las derrotas se le caen de los bolsillos y los objetivos rara vez se cumplen, pero el hincha del Atlético, al menos el nuevo, es inmensamente feliz. Y lo transmite. Canta y canta. El Calderón aplaude aunque la gestión del club no esté en las manos apropiadas, aplaude aunque el equipo no juegue a lo que debe, aplaude aunque el entrenador le llame mediocre a la cara. Aplaude tanto que contagia. Por eso goza de una excelente reputación, también en el exterior. De vez en cuando le regalan un anuncio emocionante que exalta su fidelidad y con eso va tirando. Atleeeti, Atleeeti...
Aun sin tanta historia sobre el escudo, ahora gana más veces y la clasificación le sonríe más a menudo, pero el hincha del Valencia tuerce el gesto una y otra vez. Nada le parece suficiente. Grita y grita. Mestalla protesta si el jugador se desentiende, llama burro a su entrenador si el cambio no lo entiende, bosteza si se aburre y saca pañuelos si la cosa se tuerce en derrota. Silba y silba. Y de tanto silbido ha terminado por volverse antipático. No se le comprende desde la distancia y empiezan a no aguantarle en su propia casa. Suena el Valeeencia, Valeeencia, sí, pero mucho menos que el fuera, fuera, fueraaa...
Atlético contra Valencia, dos formas opuestas de entender el fútbol y la vida. Dos maneras de amar con todas las fuerzas una camiseta. Y de dirigir respectivamente en el fondo el destino de la institución, porque finalmente cada afición tiene lo que quiere, al menos lo que quiere la mayoría de sus ciudadanos. Atlético contra Valencia, dos sensibilidades antagónicas que se vuelven a cruzar con un mismo sueño encima de la mesa. El optimismo patológico (o la resignación) otra vez frente al pesimismo crónico (o la exigencia) por un trozo de la Europa League.