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El Vasco no deja de tocar teclas

El Real Zaragoza va a cerrar el año en San Mamés, aunque tenga pendiente el epílogo de la Copa. Otro año vivido peligrosamente, que concluirá con la relativa tranquilidad de la salida del concurso de acreedores en el horizonte, pero con un panorama deportivo estremecedor. Si hoy pierde en Bilbao, cerrará el primer cuatrimestre del campeonato con diez míseros puntos, la cifra exacta del año pasado. Dos más que el anterior. Esos brochazos bastan para definir la condición crónica del desastre. Lo que Ander llamaba "la crisis institucional", que acompaña a la "crisis deportiva". Él mejor que nadie encarna las consecuencias prácticas de la supervivencia: la única forma de dignificar su salida fue explicar que era precisa para pagar las nóminas del resto.

Después de sumar un solo punto de los últimos 24, Aguirre empieza a parecerse al superviviente de un terremoto al que los bomberos desentierran tres semanas después de que le cayera encima un edificio de cuatro plantas: una por cada derrota consecutiva. El técnico sacude otra vez su alineación a ver si cae algo. Esta vez prescinde de Luis García y renueva el medio con Edu Oriol y Antonio Tomás. Atrás vuelven Juárez y Paredes, persuadido de la necesidad de su regreso mucho antes de lo que tardó en convencerse de la conveniencia de su salida. Cambiar para que nada cambie: hasta ahora ninguna medida ha revitalizado al equipo. Y cada partido acrecienta la impresión de que el Vasco busca una tecla, cuando lo que lleva entre manos es una guitarra.