Un equipo y un club en la ruina
Granada marcó para el Real Zaragoza la culminación de su largo descenso a los infiernos: tras sumar un punto de 21, el equipo de Javier Aguirre es ya el último. Ahí empezó y ahí ha vuelto tras 14 partidos: es el peor equipo del campeonato. Esa curva responde a la lógica de un rendimiento en franco retroceso, en todos los órdenes del juego: defiende y se coloca mal, ataca despacio, amenaza poco arriba, es vulnerable y le falta calidad para respaldar su empeño. ¿Pudo empatar al final? Sí. Y antes pudo encajar más goles también.
Esas minucias circunstanciales no corrigen la lastimosa impresión general. Siga cuanto siga en el banquillo de La Romareda, Aguirre está terminado: hace días que el equipo no ofrece señales futbolísticas, atisbos de mejora que permitan mirar con mínimo optimismo el trabajo del técnico o sus posibilidades de variar el rumbo. El técnico tiene un serio problema, pero el gran problema pertenece a este Zaragoza desnortado, vacío de identidad, que obliga cada semana a su hinchada al lamento y la vergüenza. Agapito ha instalado al club en una decadencia irreparable y cada partido es la representación de esa inercia. La misma que irradia un club en absoluta ruina moral, deportiva y económica.