"¡José Mourinho! ¡Lolololó, loló, José Mourinho...!" Así cantaban anteanoche los ultras del Madrid, que no son de mi devoción, pero que en según qué cosas marcan tendencias. Y tengo que decir que es la primera vez desde que mi memoria recuerda que en el Bernabéu se canta con entusiasmo a un entrenador. Ninguna de las épocas del Madrid (al revés de lo que es tradición en el Barça) se identifica con su entrenador. Hubo el Madrid de Di Stéfano; el Madrid 'ye-yé'; el de los 'Garcías'; la Quinta del Buitre; la Quinta de los Ferraris; los Galácticos... Ninguna época ha pasado al recuerdo por el nombre del entrenador de turno.
Al Barça, decía, sí hemos tendido a conocerle por el de Helenio Herrera, o el de Vic Buckinham, o el de Rinus Michels, o el de Cruyff, ya entrenador, o el de Van Gaal, o el de Rijkaard... Y el de estos días se recordará como el Barça de Guardiola. Así va a pasar a la memoria este Madrid: como el Madrid de Mourinho, a poco que dure. Es un cambio en el club de Chamartín, que por primera vez entrega cierta porción de su soberanía como club a un entrenador. Lo hizo Florentino casi explícitamente al contratarle, lo asumió el entrenador más explícitamente aún en sus primeras declaraciones, lo consagra así ahora la grada.
¿Es bueno o es malo? Supongo que bueno, y en todo caso quizá fuera necesario. La teoría es que los azares de estos tiempos habían convertido al Madrid en algo tan complejo y tendente a la inestabilidad que ese banquillo achicharraba a cualquiera. En cierto modo, el Barça, més que un club, siempre había sido así. El Madrid, no. El Madrid era más lógico, más manejable. Pero ya no lo es y de ahí que se encomiende a este hombre, con el que sí, parece que ha llegado la calma. ¿Y después? ¿Qué será el postmourinhato? Pues esperemos que deje algo sólido que resista a su marcha. En ese sentido deberá trabajar el club, mientras él hace su tarea.