Ojo, que pisamos tierra sagrada. Pisamos el país que alumbró a Moreno, Di Stéfano y Maradona. No vi jugar a Moreno ni he sabido descodificar su juego de los testimonios de tantos y tantos que me hablaron de él. Sólo puedo decirles que era el 'ocho' de La Máquina, la gran delantera de River Plate cuando amanecían los cincuenta: Muñoz, Moreno, Pedernera, Labruna y Loustau. Por entonces Perón, tan atrevido él, estaba en guerra con la FIFA y Argentina se abstuvo de ir al Mundial hasta 1958, en Suecia, donde hizo el ridículo. Aquella generación había periclitado y su heredero, Di Stéfano, era español en segunda instancia.
Di Stéfano fue bisagra entre el fútbol de allá, entonces eminentemente técnico, y el de acá, entonces eminentemente físico. Se quedó aquí y su maestría dio lugar a un fútbol nuevo, total, síntesis feliz de las virtudes de uno y otro lado del Atlántico. Muchos años después apareció Maradona. Nadie, que yo sepa, se ha llevado tan bien con el balón. Para las últimas generaciones, que han disfrutado cada gol suyo, grabado en una o varias cámaras, es el mejor jugador de siempre. ¿Lo es? No lo sé. De lo que sí estoy seguro es de que en Argentina se ha jugado siempre muy bien al fútbol, tanto da si hablamos de Moreno, Di Stéfano o Maradona.
Y hoy que nos presentamos allí como campeones del mundo es bueno recordar esto. Es bueno recordar que pisamos una tierra en la que se ha jugado muy bien al fútbol. Es hermoso que hayamos pedido un entrenamiento en La Bombonera. Hemos ido por el hueveo de Villar y sus votos para la Candidatura Ibérica (suerte, angelote) pero no podemos olvidar que este partido ante Argentina es una cosa muy seria. Por lo muy serios que son ellos con el fútbol, por la influencia tan magnífica que han tenido sobre nosotros y porque, más allá de cualquier consideración, somos campeones del mundo. Y eso obliga, hoy y siempre.