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En busca del espíritu del Cotorruelo

Eran dos campos de arena. Junto a un parque donde acababas con las piernas reventadas por las empinadas rampas que había que subir. Y llegabas todas las tardes ilusionado con el sueño de jugar en el Calderón de rojiblanco. Y aprendías a amar al Atleti. Los campos Ernesto Cotorruelo, junto a la Plaza Elíptica, no eran infraestructura necesaria para contar con una cantera competitiva. Pero salían futbolistas. Y muchos. Para el primer equipo y para Primera División. Se jugaba en San Cristobal o en Uralita. Antes se había hecho el torneo social y se había puesto campo en Boetticher.

Gil Marín enmendó el error de su padre y volvió a montar la cantera. Aquella decisión obligó a Raúl a mutar su objetivo y triunfar en el Real Madrid. La cantera se volvió a montar, haciendo las veces del Cotorruelo los campos de Orcasitas. Ahí también se desollaron Fernando Torres y tantos otros las rodillas. Y el Niño llegó a ser el ídolo de una afición necesitada de símbolos y de héroes.

De Gea salió de la escuela del Atlético en Casarrubuelos. Y los atléticos le han encaramado a su olimpo desde su debut, porque le ven uno de los suyos, porque es canterano. Igual que a Domínguez. El Atlético debe basarse en su cantera. No cuesta tanto hacerlo y mucho menos explicarlo. El Atlético, si aprovecha como el factor de un nuevo comienzo el triunfo en la Europa League, debe recuperar el espíritu de Cotorruelo, debe contar para instalarse en el éxito con jugadores formados en su fútbol base. Y saben ganar. Como en Hamburgo.