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No importa ni el rival ni el escenario

Está el Valladolid para pocas bromas. El tiempo se le escapa y los planes más inmediatos le obligan a ganar, al menos, dos de los próximos tres partidos. La visita del Espanyol en Zorrilla, el miércoles, y el Xerez en Chapín, el próximo domingo, son los siguientes partidos. Evidentemente, dos encuentros más asequibles que el de hoy en A Coruña. Pero el equipo entrenado por Onésimo se está jugando la vida en cada compromiso, en cada envite. Cada jornada que pasa tiene menos margen de error.

No ganar en Riazor agravaría la situación del Valladolid, penúltimo, a seis puntos de la permanencia, aunque está dentro de la lógica. Ganar a los de Lotina daría un crédito y unas expectativas enormes a los pucelanos. Por eso, deben ir sin remilgos a por el partido. Con la misma intensidad con la que recibieron al Madrid, equivocaciones como la de Nivaldo sobre Cristiano Ronaldo al margen, pero siendo conscientes de que cada punto en juego puede ser el definitivo. El Valladolid ya no puede volver a ser ese equipo indolente o simplón al que le supera el rival con facilidad. En los últimos tiempos, han pasado muchas cosas. Aquellas palabras de Marcos, las acusaciones de violentos procedentes del Madrid y su entorno, la llegada de un psicólogo... Si con todo esto la sangre no les hierve a los jugadores del Valladolid, que se lo hagan mirar. No importa el rival que esté enfrente. No importa el escenario. Cada partido de los 12 que quedan es una final. No sería malo que el psicólogo, recién incorporado, apele al espíritu de aquel Valladolid que fraguó su salvación en 2001 ganando en A Coruña a un Depor imperial y contra todo pronóstico.