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¿Cuánto vale un árbol?

C uánto vale un árbol? ¿Y una selva entera o una especie animal que desaparece? ¿Cuánto vale tener un aire y agua limpios o la estabilidad ambiental? ¿Qué valor tiene el hecho de que 10 de los 25 medicamentos más vendidos en el mundo tengan un origen natural? ¿Cuánto nos va a costar no hacer nada? Se acaba de ir Miguel Delibes, que ya se preocupaba por nuestro entorno cuando ni siquiera la palabra "ecologismo" existía. Sorprendió a todos con su discurso de entrada en la Academia de la Lengua, allá por 1975, con un discurso en el que se lamentaba de "un mundo que agoniza" (así se tituló el texto) en el que los seres humanos nos empeñábamos en una ciega carrera hacia el desastre. Quizá el economista que llevaba dentro Delibes por su formación académica se interesó por un planteamiento en el que se mira nuestra relación con el medio ambiente desde un punto de vista económico, dando valor tangible a lo que hace por nosotros. Parece una buena forma de que consigamos comprender su vital importancia no sólo para nuestro estilo de vida sino incluso para nuestra propia existencia como especie. La Unión Europea ya se plantea, en 2012, integrar en el PIB el valor de nuestra biodiversidad, es decir, cuantificar el beneficio de los ecosistemas en los flujos económicos. Con ello busca, además, romper con la asociación entre destrucción de la biodiversidad y beneficio económico que ha regido hasta ahora nuestra relación con el entorno. Y es que nos hemos acostumbrado a gastar el capital ecológico que ha atesorado el planeta, como si no tuviera límite, sin pararnos a pensar en las consecuencias que pueda tener en el futuro. Y quienes lo han hecho llegan a algunas conclusiones estremecedoras. Por ejemplo, una subida de cuatro grados en la temperatura del planeta, fruto del calentamiento global, supondría una pérdida del PIB que rondaría el 5%.

Por no hablar del incremento de gastos en sectores como el agropecuario, el sanitario o de infraestructuras destinados a paliar los efectos de esa situación catastrófica. Y lo que no es cuantificable, como el sufrimiento humano que desencadenará, no es menos inquietante. Podríamos aprovechar este 2010, declarado Año Internacional de la Diversidad, para reflexionar y, sobre todo, hacer algo para cambiar esta relación depredadora con nuestro entorno natural. Cuenta otro gran escritor, el nobel José Saramago, que su abuelo, cuando sintió que su tiempo se acababa, se despidió, dándoles un abrazo, de los árboles de cuyos frutos había vivido y bajo cuya sombra había descansado y compartido historias con su nieto. Supongo que ese hombre del campo, o Delibes, no tendrían ninguna duda a cerca del verdadero valor de un árbol.

Sebastián Álvaro, creador de Al filo de lo Imposible.