Pues sí, tenemos un buen equipo. Mientras dure vamos a disfrutarlo. Ya le podemos poner pegas (el segundo tiempo fue aburrido) ya le podemos poner zancadillas (que si un delantero o dos, que si Víctor Valdés debería o no estar)... El caso es que hay equipo, un equipo seguro, que se mueve con la serenidad de un transatlántico en aguas tranquilas. Pasan los meses, pasan los años, pasan los partidos y España gana siempre, y gana porque juega bien. Está estableciendo unos récords que van a quedar en el fútbol de selecciones para muchos años. A falta, claro, del Mundial. Ahí habrá que ratificarlo todo.

En el fútbol existe una ley de bronce que te repetirá cada entrenador, que podrás comprobar casi en cada partido: por bueno que seas, el otro equipo tendrá el mando durante alguna fase, diez o veinte minutos al menos, en los que te superará, te desconcertará, te sacudirá la estantería. Aguantar esa ráfaga es un signo más de los buenos equipos. Es así. Pero es que en el caso de España, ni eso: veo que pasan y pasan los partidos y nunca la veo a merced del otro, ni veinte minutos ni diez ni cinco. Algún achuchón, un repliegue, pero el manejo de la situación siempre es de los nuestros. El balón se pone de nuestro lado.

Animal doméstico, al fin, el balón se pone del lado del que mejor le trata. Es legendario aquello que ya decía Peucelle, el padre de 'La Máquina', maestro de varias generaciones: "El balón es de cuero, el cuero viene de la vaca, la vaca come pasto, así que echen el balón al pasto, ése es su sitio". El fútbol por abajo, el balón tocadito, amigo del suelo y de la bota (también de cuero)... El fútbol de Xavi, Iniesta, Silva, Villa... Eso nos está llevando a tener la admiración de todos, también de Francia, país que sabe reconocer lo bueno. Aplaudió a Bahamontes en las cumbres y a La Roja en el pasto de Saint Denis. Da gusto.