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De repente, el regreso de la barbarie

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La eliminación de las vallas en los campos había sido una conquista de la dignidad del fútbol. Su aparición databa de tan lejos como en 1924, con ocasión de un Argentina-Uruguay. Para mí fueron siempre un símbolo humillante, algo así como la admisión de que el fútbol embrutece a los ciudadanos hasta el punto de que en el estadio pasan a convertirse en ganado. Los desastres de Heysel y Hillsborough, en los que las vallas actuaron como trampas mortales, aconsejaron su desaparición. La eliminación de las localidades de a pie y el avance del civismo, además, parecían dar final a aquella visión del hincha.

Por eso, viendo el venerable césped del estadio de San Mamés ocupado por bandas de gamberros que se peleaban se me vino el mundo abajo. Los hinchas del Athletic habían sido maltratados no hace mucho en una visita a Viena. Los ultras del Anderlecht tienen antecedentes especialmente turbulentos. Además, las fuerzas del orden no estuvieron a la altura, y no es éste mal momento para confesarnos que las fuerzas del orden se han manejado siempre con demasiada cautela en San Mamés, dado el carácter propio de los ultras del Athletic, tan próximos al mundillo 'batasuno'.

El hecho fue horroroso por lo que supuso de salto al pasado. El fútbol, desgraciadamente, tuvo bastante de esto durante algunos años, particularmente los setenta y los ochenta, pero hace tiempo que ya era otra cosa. Me figuro que habrá severidad con estos hechos y no deberemos lamentarnos por ello. Me gusta la reacción de García Macua de anunciar la expulsión de socios de los gamberros, pero me temo que tal cosa no aplaque a la UEFA, que tan a mano tiene este asunto para dar un escarmiento. No podemos permitir que el fútbol vuelva a aquel periodo absurdo y oscuro que dábamos por olvidado.