Molowny fue el 'espíritu santo' del Madrid

Molowny fue el 'espíritu santo' del Madrid

Bernabéu leyó un día en La Vanguardia que el Barça había enviado a Cabot a Las Palmas, en barco, a fichar a Molowny, y se apresuró a llamar a Quincoces para que tomara un avión, previo paso por el banco para coger cien mil pesetas y se adelantara. Así lo hizo y acertó. Molowny fue el gran jugador del Madrid en los años pre-Di Stéfano, de finísimo regate, un favorito de la afición. Todavía no hace mucho, cuando apareció el Buitre, un juez muy entrado en años me aseguraba. "Los grandes personajes de esta ciudad han sido Celia Gámez, Antonio Bienvenida y Molowny. Este chico les puede igualar".

Pero Molowny fue importante sobre todo después. Cuando, tras un paso por Las Palmas (donde se retiró de jugador y donde luego sería entrenador del mejor equipo que tuvo la isla en su historia), regresó al Madrid, en una función poco definida pero que bien podríamos llamar como 'alma mater'. Sin aparentar en nada estaba en todo, y siempre en la misión más difícil del fútbol: poner calma. Manejó discretamente la cantera, la red de ex jugadores que informaban desde allá o acullá, el ánimo de los entrenadores, los conflictos de puertas adentro. Tejió una escuela que mantuvo en el tiempo un modo de ser y estar.

Cuando le tocó, fue entrenador: siempre en emergencias, cambiando inexorablemente crisis por títulos. Luego daba el paso atrás otra vez. Con el tiempo, y hasta su retirada, fue delegando en Del Bosque, discípulo predilecto, casi un 'alter ego', cuya salida del club tanto he lamentado siempre, precisamente porque pensé que al prescindir de Del Bosque se estaba rompiendo definitivamente el hilo con Molowny, con un estilo, con una escuela. Otros tiempos, otras costumbres, quizá. Pero aquel club tenía algo que hoy no veo, por mucho que los que hay trabajen honestamente en su búsqueda.