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Lo de los árbitros se podría hacer mejor

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Arbitrar es difícil, lo sé. Cada vez es más difícil, porque se juega más rápido, se finge más, se inventan nuevas malas mañas. Y hay que decidir en un instante sobre una jugada que luego en el televisor varios millones de personas vamos a ver varias veces, y aún después de eso no estaremos de acuerdo en bastantes de ellas. El árbitro, además, no está en un sofá, con un mando a distancia, adelante, atrás, sino corriendo por el campo al ritmo vivo y bravo de un buen centrocampista. No se le pide que pise las áreas chicas, pero sí que llegue de área a área, ida y vuelta, una y otra vez, y que tenga la mente fría y rápida.

Es difícil, por eso habría que ayudarles más. Por ejemplo, no habría que repetir a los cuatro días a quien, como Mateu Lahoz, acaba de pitar un penalti fuera del área. Tampoco habría que dar a un debutante en Primera un Racing- Atlético cuando se viene de un Atlético- Racing en el que pasó lo que pasó: que un mal arbitraje elevó a un 4-0 lo que pudo haber sido un 3-1. Tampoco habría que darle a Pérez Lasa dos partidos inmediatamente después de su descuidada redacción del acta de la expulsión de Cristiano Ronaldo. No pasaría nada por cambiar designaciones cuando hay motivos razonables para ello.

Si se hiciera mejor uso de las designaciones, si hubiera una transparencia mayor sobre por qué este aquí y este allí, habría menos suspicacias. El secretismo de una puntuación que nadie conoce, del sistema de ascensos y descensos, avala las sospechas de manipulación. ¿Y si fueran los clubes los que los puntuaran? ¿Y si se buscara para cada partido a los que tuvieran mejor nota entre los contrincantes? ¿Y si bajaran los que a nadie gustan? ¿Qué sería entonces del villarato? No habría villarato. Nadie podría manejar la competición a través de los árbitros. Sería la propia competición la que manejara a los árbitros.