El Atlético se resiste a ser uno más

El Atlético se resiste a ser uno más

Papá, ¿por qué somos del Atleti? Pues por noches como ésta, que se dan de cuando en cuando. Parecen milagro, y quizá lo sean. Sólo las distancia del milagro algo: la certeza de que se repiten con cierta frecuencia, cosa que de los verdaderos milagros no se espera. Cada milagro es único, es un suceso irrepetible en la historia de las gentes. El Atlético parece saber sin embargo que en algún sitio existe un botón que si quiere lo toca, y entonces aparece una legión de arcángeles que baten sus alas, le recogen en su caída y le devuelven a lo alto del precipicio, donde le depositan sano y salvo. Eso ocurrió otra vez anoche.

Una noche de perros, por cierto. Toda la Península vive unos días inclementes, con un frío de bigote y un viento que nos impide olvidarlo. El Atlético jugaba a las diez de la noche, en un día así, con tres goles en contra, obligado a marcar al menos cuatro, o a jugársela a los penaltis después de un tres a cero y prórroga. Está mal clasificado en la Liga, en la segunda mitad de la tabla, que no es su sitio. A pesar de eso, fue gente al campo, esperanzada. Fue gente, que yo lo vi. No muchísima, claro, ni siquiera mucha, pero sí la bastante como para pensar que este club merece la pena, porque puede hacer cosas así.

Y la hizo. Pasó. No me pregunten cómo, pero pasó, y ahora un camino relativamente sencillo se abre entre este trance heroico y la final, donde se supone que llegará el Sevilla. Primero el Celta, luego, si bate al Celta, el que pase de entre Racing y Osasuna. El único coco de la Copa, el Sevilla, va por otro lado, de modo que el Atlético puede soñar con la final... si es el Atlético de anoche, el Atlético desatado, sincero, feliz y rebelde que sacudió el partido hasta que de él cayeron los goles necesarios. El Atlético sin malos rollos. El Atlético de los miles de valientes que fueron anoche al Calderón, porque sabe que eso aún existe.