Jugar sin extremos es ir contra la grada

Jugar sin extremos es ir contra la grada

Al gran público le gustan los extremos, y gran público somos todos. A todos nos gustan los extremos. Eso explica los aplausos anteanoche a Drenthe. Y explica el berrinche que produjo la venta de Robben. El fútbol se hace emocionante en el desborde. Los extremos ensanchan el ataque, tensan la defensa rival, dan dinamismo. Pero hay entrenadores a los que no les gustan, y sus razones tienen. Piensan (Pellegrini es de ellos, y lo dice) que se pueden utilizar las bandas y atacar desde ellas con jugadores que las ocupen alternativamente, y que cuando no lo hagan cumplan otras funciones.

Con la misma idea vino Luxemburgo, sólo que encima fue aún más explícito al lanzar a correr la expresión 'cuadrado mágico', que en el fondo le condenó. Lo que ahora busca Pellegrini lo consiguió en el Villarreal, que jugaba bien, bien de verdad, con llegadas por una u otra banda de hasta cinco o más jugadores distintos, pero en el Madrid le está costando. Porque retoca demasiado el equipo, porque la falta de presión de los de arriba y la desconfianza de los de atrás, que reculan, lo hace demasiado largo y, en el fondo, porque Cristiano y Kaká tienen su manera personalísima de jugar, que es difícil que cambie.

Con extremos todo suele resultar más fácil, porque las cosas se ordenan sin mayor sofisticación, cada cuál sabe donde está cada cuál. Y los públicos están más conformes, pase lo que pase, al sentir que todo está en su sitio. Pellegrini ha tomado un camino más largo, y más largo se le va a hacer aún, dadas las circunstancias. La consigna en el club es respaldarle, cerrar en lo posible el grifo de las críticas, pero la impaciencia del aficionado va a ser difícil de combatir. Que al cabo de dos meses de trabajo lo que más le luzca al Madrid en la primera gran noche europea sean Raúl y Drenthe da mucho que pensar.