Exhibición de Kaká en la ciudad de Messi

Exhibición de Kaká en la ciudad de Messi

"Da igual dónde juguemos", tituló ayer OLÉ, el diario deportivo argentino. Maradona había llevado el partido a Rosario, ciudad natal de Messi, a un campo cerrado en el que esperaba crear un efecto caldera que intimidara a los brasileños. En realidad, Maradona confió demasiado a la presión exterior, y demasiado poco al juego en sí. Un amigo me recordó un artículo mío de no hace mucho, en el que comentaba que el exceso de motivación del público local había favorecido al Madrid en sus últimas visitas a El Molinón, San Mamés y La Rosaleda. Algo así pasó también en el Argentina-España de Copa Davis.

El público ayuda, pero no se puede poner tanta carga intimidatoria en él, por dos razones. Porque ya no funciona y porque eso acaba alterando para mal el modo de jugar del equipo propio. Ya no funciona porque nadie se deja intimidar tan fácilmente hoy, en tiempos más civilizados donde se sabe que detrás del ruido no habrá nada, y con deportistas muy 'viajados' desde edad juvenil, acostumbrados a ambientes hostiles desde muy jóvenes. No, ya no hay encerronas. Más bien sirven para comprometer los nervios del equipo propio, que se ve obligado a situarse en un nivel de sobreactuación.

Algo de eso se vio en Rosario, donde Messi, el más local de los locales, no fue Messi, y donde Kaká, el más abucheado y golpeado de los visitantes sí fue Kaká. De él nació el demoledor 1-3 y a él le hicieron un puñado de faltas, entre ellas la del 0-2. Pero no fue sólo eso. Fue también que la Argentina de Maradona no es Argentina. Su defensa se abrió para el gol de Luisao como las aguas del Mar Rojo para Moisés; no hubo conductor de juego (y Riquelme, en casa), nada justificó la ausencia de Higuaín ni la suplencia de Agüero. No, Diego, el público no te puede ganar el partido. Te lo tiene que ganar el equipo.