Ricky no podía irse lesionado
Lo que 48 horas antes había sido blanco, blanquísimo, ayer lo vimos negro, verdinegro. Cambio radical, vaivén mayúsculo. Los pívots de la Penya pasaron de tiernos corderitos a ogros feroces, amilanando a sus rivales. Sonseca, Moiso, Bogdanovic... La notable mejoría de los de Plaza en el primer duelo quedó en espejismo. Otra vez contemplamos un equipo dependiente hasta la desesperación de Bullock, con nula fluidez ofensiva. Ahí, cuando había que circular el balón, sólo Raúl López puso tino y criterio. Pero si el resto no acompaña, el resultado es un quinteto limitado en ataque estático. La zona 1-3-1 de Sito Alonso contribuyó al colapso del rival, pero no lo explica todo. El Madrid, además, hizo agua en defensa. Falló en ambos lados del campo.
El factor diferencial, sin embargo, lo añadió Ricky Rubio, que se sobrepuso a la lesión de cadera para alargarle la vida al Joventut antes de desembarcar en la NBA ("¡Ricky, quédate!", le gritaríamos desde aquí cual quinceañera si sirviera de algo). Es poco más que un niño y a la vez una megaestrella. Ayer arruinó a Llull. Fue la punta de lanza del DKV atrás y el que desniveló con su genio en ataque. Llevó a los suyos siempre un paso por delante. De no haberse recuperado, el Madrid ya estaría en semifinales. Pero no podía despedirse así de España: roto en medio del campo, lesionado. Y asistimos a un nuevo pique deportivo con Raúl. El de Vic estuvo fantástico, controlando las embestidas; asistiendo y tirando. Aunque Ricky fue mucho Ricky. Sólo le sobran sus gestos teatrales.