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Jugar en la Roja está muy caro

Cuando todavía era capitán y titular indiscutible de la Selección, Raúl contaba que él, de niño, era de España. Que en su habitación había un póster de la Roja y que su primera equipación futbolística no había sido ni del Atlético, su equipo de la infancia, ni del Real Madrid, su equipo de la adolescencia y madurez, sino de la Selección. Esa declaración amorosa siempre me llamó la atención porque en este país, por tradición, siempre hemos sido más de los clubes que de la Selección y sólo triunfos como la Eurocopa y equipos tan cercanos y atractivos como el de Luis Aragonés, ahora en manos de Del Bosque, pueden conseguir que la balanza se vaya equilibrando para que haya muchos Raúl que tengan antes una camiseta roja que la de su propio equipo.

No me extraña que Raúl siga diciendo que la Selección está por encima de todo. Y más ahora que gana, gana y gana y su juego entra por los ojos hasta el punto de que todos estemos ansiosos de que vuelva a jugar. Se comprende, incluso, que diga que le gustaría tener un partido de despedida, pero él, profesional de la materia, sabe que entrar en este equipo está muy caro y hay gente también importante en la lista de espera. Sus palabras, puede que sin quererlo, reabren una herida que parecía cerrada. A estas alturas del siglo XXI no hay espacio para el romanticismo y deben ser muchos también los futbolistas que lo darían todo por vestirse sólo una vez esa Roja que él se enfundó 102 veces y no tienen siquiera la posibilidad de tener un altavoz para proclamarlo.